Fragmento del Mural de Taniperla

Tras el alto al fuego, a los 12 días del levantamiento zapatista, el presidente de México, Carlos Salinas de Gortari, anunció que estaba dispuesto a perdonar a los rebeldes zapatistas, para lo cual, iba a enviar al Congreso de la Unión una iniciativa de ley para otorgar una amnistía general a todos los que participaron “en los hechos de violencia que afectaron varios municipios del estado de Chiapas, entre el 1 de enero de 1994 hasta las 11 horas del 16 de enero”.
La respuesta de los zapatistas, en la voz del Subcomandante Marcos no se hizo esperar: “¿De qué tenemos que pedir perdón? ¿De no morirnos de hambre? ¿De no callarnos en nuestra miseria? ¿De no haber aceptado humildemente la gigantesca carga histórica de desprecio y abandono?…. ¿Quién tiene que pedir perdón y quién puede otorgarlo?”

¿De qué nos van a perdonar?

18 de enero de 1994

Señores:
Debo empezar por unas disculpas (“mal comienzo”, decía mi abuela). Por un error en muestro Departamento de Prensa y Propaganda, la carta anterior (de fecha 13 de enero de 1994) omitió al semanario nacional Proceso entre los destinatarios. Espero que este error sea comprendido por los de Proceso y reciban esta misiva sin rencor, resquemor y re-etcétera.

Bien, me dirijo a ustedes para solicitarles atentamente la difusión de los comunicados adjuntos del CCRI-CG del EZLN. En ellos se refieren a reiteradas violaciones al cese al fuego por parte de las tropas federales, a la iniciativa de ley de amnistía del ejecutivo federal y al desempeño del señor Camacho Solís como Comisionado para la paz y la reconciliación en Chiapas.

Creo que ya deben haber llegado a sus manos los documentos que enviamos el 13 de enero de los corrientes. Ignoro qué reacciones suscitarán estos documentos ni cuál será la respuesta del gobierno federal a nuestros planteamientos, así que no me referiré a ellos. Hasta el día de hoy, 18 de enero de 1994, sólo hemos tenido conocimiento de la formalización del “perdón” que ofrece el gobierno federal a nuestras fuerzas. ¿De qué tenemos que pedir perdón? ¿De qué nos van a perdonar? ¿De no morirnos de hambre? ¿De no callarnos en nuestra miseria? ¿De no haber aceptado humildemente la gigantesca carga histórica de desprecio y abandono? ¿De habernos levantado en armas cuando encontramos todos los otros caminos cerrados? ¿De no habernos atenido al Código Penal de Chiapas, el más absurdo y represivo del que se tenga memoria? ¿De haber demostrado al resto del país y al mundo entero que la dignidad humana vive aún y está en sus habitantes más empobrecidos? ¿De habernos preparado bien y a conciencia antes de iniciar? ¿De haber llevado fusiles al combate, en lugar de arcos y flechas? ¿De haber aprendido a pelear antes de hacerlo? ¿De ser mexicanos todos? ¿De ser mayoritariamente indígenas? ¿De llamar al pueblo mexicano todo a luchar de todas las formas posibles, por lo que les pertenece? ¿De luchar por libertad, democracia y justicia? ¿De no seguir los patrones de las guerrillas anteriores? ¿De no rendirnos? ¿De no vendernos? ¿De no traicionarnos?

¿Quién tiene que pedir perdón y quién puede otorgarlo? ¿Los que, durante años y años, se sentaron ante una mesa llena y se saciaron mientras con nosotros se sentaba la muerte, tan cotidiana, tan nuestra que acabamos por dejar de tenerle miedo? ¿Los que nos llenaron las bolsas y el alma de declaraciones y promesas? ¿Los muertos, nuestros muertos, tan mortalmente muertos de muerte “natural”, es decir, de sarampión, tosferina, dengue, cólera, tifoidea, mononucleosis, tétanos, pulmonía, paludismo y otras lindezas gastrointestinales y pulmonares? ¿Nuestros muertos, tan mayoritariamente muertos, tan democráticamente muertos de pena porque nadie hacía nada, porque todos los muertos, nuestros muertos, se iban así nomás, sin que nadie llevara la cuenta, sin que nadie dijera, por fin, el “¡YA BASTA!”, que devolviera a esas muertes su sentido, sin que nadie pidiera a los muertos de siempre, nuestros muertos, que regresaran a morir otra vez pero ahora para vivir? ¿Los que nos negaron el derecho y don de nuestras gentes de gobernar y gobernarnos? ¿Los que negaron el respeto a nuestra costumbre, a nuestro color, a nuestra lengua? ¿Los que nos tratan como extranjeros en nuestra propia tierra y nos piden papeles y obediencia a una ley cuya existencia y justeza ignoramos? ¿Los que nos torturaron, apresaron, asesinaron y desaparecieron por el grave “delito” de querer un pedazo de tierra, no un pedazo grande, no un pedazo chico, sólo un pedazo al que se le pudiera sacar algo para completar el estómago?

¿Quién tiene que pedir perdón y quién puede otorgarlo?

¿El presidente de la república? ¿Los secretarios de estado? ¿Los senadores? ¿Los diputados? ¿Los gobernadores? ¿Los presidentes municipales? ¿Los policías? ¿El ejército federal? ¿Los grandes señores de la banca, la industria, el comercio y la tierra? ¿Los partidos políticos? ¿Los intelectuales? ¿Galio y Nexos? ¿Los medios de comunicación? ¿Los estudiantes? ¿Los maestros? ¿Los colonos? ¿Los obreros? ¿Los campesinos? ¿Los indígenas? ¿Los muertos de muerte inútil?

¿Quién tiene que pedir perdón y quién puede otorgarlo?

Bueno, es todo por ahora.

Salud y un abrazo, y con este frío ambas cosas se agradecen (creo), aunque vengan de un “profesional de la violencia”.
Subcomandante Insurgente Marcos

 

Durante años, antes de la aparición pública del EZLN el 1 de enero de 1994, dos compañeras, Ramona y Susana, recorrieron las comunidades zapatistas hablando con las mujeres, preguntándoles por sus problemas cotidianos y cómo veían ellas que podrían solucionarse; poco a poco, no solo reflexionan sobre sus problemas, sino que empiezan a sumarse a las filas del EZLN, como insurgentes unas, como bases de apoyo otras, y cuando llega el momento de decidir la guerra, las mujeres dicen que, junto a las Leyes Revolucionarias que también se estaban discutiendo, ellas querían una que garantizara que sus derechos como mujeres no se olvidaran. Y presentan sus demandas en forma de Ley Revolucionaria de Mujeres.

El propio Subcomandante Marcos cuenta que no fue fácil que los hombres lo aprobaran, pero lo hicieron. Se puede encontrar más información en distintos comunicados y discursos, entre ellos, en estos:
http://enlacezapatista.ezln.org.mx/2006/03/07/en-la-colonia-maxei-queretaro-6-de-marzo/
http://enlacezapatista.ezln.org.mx/2006/05/01/jornada-de-trabajo-del-30-de-abril-en-el-df/

Leyes Revolucionarias: Ley Revolucionaria de Mujeres

En su justa lucha por la liberación de nuestro pueblo, el EZLN incorpora a las mujeres en la lucha revolucionaria sin importar su raza, credo, color o filiación política, con el único requisito de hacer suyas las demandas del pueblo explotado y su compromiso a cumplir y hacer cumplir las leyes y reglamentos de la revolución. Además, tomando en cuenta la situación de la mujer trabajadora en México, se incorporan sus justas demandas de igualdad y justicia en la siguiente LEY REVOLUCIONARIA DE MUJERES:

Primero.- Las mujeres, sin importar su raza, credo, color o filiación política, tienen derecho a participar en la lucha revolucionaria en el lugar y grado que su voluntad y capacidad determinen.

Segundo.- Las mujeres tienen derecho a trabajar y recibir un salario justo.

Tercero.- Las mujeres tienen derecho a decidir el número de hijos que pueden tener y cuidar.

Cuarto.- Las mujeres tienen derecho a participar en los asuntos de la comunidad y tener cargo si son elegidas libre y democráticamente.

Quinto.- Las mujeres y sus hijos tienen derecho a ATENCIÓN PRIMARIA en su salud y alimentación.

Sexto.- Las mujeres tienen derecho a la educación.

Séptimo.- Las mujeres tienen derecho a elegir su pareja y a no ser obligadas por la fuerza a contraer matrimonio.

Octavo.- Ninguna mujer podrá ser golpeada o maltratada físicamente ni por familiares ni por extraños. Los delitos de intento de violación o violación serán castigados severamente.

Noveno.- Las mujeres podrán ocupar cargos de dirección en la organización y tener grados militares en las fuerzas armadas revolucionarias.

Décimo.- Las mujeres tendrán todos los derechos y obligaciones que señala las leyes y reglamentos revolucionarios.

FUENTE: EL Despertador Mexicano, Órgano Informativo del EZLN, México, No.1, diciembre 1993.

Escriben los niños y niñas zapatistas a través del Subcomandante Marcos: ellos, indígenas chiapanecos, pobres, sin posibilidad de ir a la escuela, de tener atención médica, sin prácticamente nada, para el mundo, no existían… Los mayores dicen de ellos que “ya se lograron”, cuando consiguen pasar de los cinco años, porque antes, se muere muy fácilmente.

Pero ellos, los niños y las niñas zapatistas, están prendiendo a no morirse…

A los niños de México y el mundo

30 de abril de 1994

Niños y Niñas:

Le hemos pedido al Subcomandante Insurgente Marcos que busque las palabras que ustedes entiendan para que conozcan así lo que es nuestro pensamiento.

Nosotros somos los niños zapatistas. Somos indígenas chiapanecos. Somos pobres. Somos los NO – NACIDOS. Para nuestro gobierno, para nuestros compatriotas, para las asociaciones de Derechos Infantiles, para la ONU, para los periódicos, para la televisión, para la radio, para los presupuestos gubernamentales, para el Tratado de Libre Comercio, para el mundo entero, NOSOTROS NO EXISTÍAMOS antes del 1º de enero de 1994. Nunca existimos, puesto que nadie llevó la cuenta de nuestro nacimiento ni de nuestra muerte. Lo peor de todo es que tampoco para ustedes, niños y niñas de México y el mundo, existíamos antes del inicio de este año.

Nosotros no conocíamos ni los dulces, ni los juguetes, ni las medicinas, ni los hospitales, ni las escuelas, ni los libros, ni la leche, ni la carne, ni las verduras, ni los huevos, y la mayoría de nosotros, ni siquiera la ropa. Ahora en medio de esta guerra, buenas personas (que no son del gobierno) nos han mandado cosas para curarnos, para vestirnos, para comer, y para jugar. Nuestros padres y nuestros hermanos mayores tuvieron que morir peleando para que nosotros conociéramos estas cosas. Ellos salieron en la última noche del año de 1993 y muchos ya no regresaron. Algunos, nos dicen, se murieron peleando. Nosotros no conocíamos esa manera de morir, conocíamos la muerte por calentura, por diarrea, por enfermedades que matan sin tener nombre. Pero no conocíamos la muerte que se encuentra peleando. Otros de nuestros padres y hermanos y madres y hermanas y tíos y tías y primos y primas ya no regresaron pero no se murieron. Nos dicen que se quedaron en la montaña esa que, grandota y azul, está aunque sea de noche. Son guerreros, nos dicen. Algunas veces los hemos visto. Traen otras ropas y unos fierros en las manos. Se ven iguales en la cara pero como que se ven más bonitos. Porque ahora se ríen mucho. Cuando nos ven empiezan a reír, y se ríen y nos reímos también nosotros y nadie pregunta por qué nos reímos. Se van después. Nosotros preguntamos a los mayores que se quedan por qué se ríen los nuestros que vienen de la montaña, ellos nos contestan que porque la guerra.

Nosotros preguntamos que si en la guerra se gana algo porque parece que sí porque si no, entonces ¿por qué se ríen? Nos contestan que ellos no ganan nada, pero que nosotros, los niños de estas tierras, sí vamos a ganar. Nosotros vimos lo que nos trajo el gobierno con la guerra, vimos los aviones y los helicópteros y vimos que tiraban balas aquí cerca y allá en la montaña donde están los nuestros. Nosotros tuvimos un poco de miedo pero no mucho, porque ya antes nos habían enseñado para dónde tenemos que correr y dónde nos tenemos que esconder para que no nos pase nada, también nos enseñaron a saludar la bandera de México y a cantar el himno nacional y a marchar y unos no marchan bien. Nosotros vimos en el otro pueblo unos que no marchan parejo y se ve claro que no marchan parejo. Nosotros vemos que nuestros mayores sí marchan parejo y queremos también marchar parejo.

Nosotros tenemos 10, 12, 8, 5, 9, 5, 11, 6 años. Los mayores dicen que ya nos “logramos”, porque cuando uno tiene menos de 5 años pues se muere muy fácil. Desde que nos acordamos, al gobierno nunca vino a vernos. La primera vez que vino fue después del primero de enero de este año y vino con aviones y helicópteros y balas y tanques y soldados. Así conocimos su cara del gobierno nosotros, niños y niñas de México y del mundo. Antes no lo conocíamos y nadie venía a tomar fotos ni a preguntarnos si comemos o si estudiamos, ni si tenemos juguetes. Nuestros mayores se reunieron un día y se pusieron a hablar y a hablar. Acá una ya es mayor si tiene más de 12 años porque ya tiene bueno el pensamiento y ya puede cargar un tercio de leña y rozar y sembrar y moler maíz y cuidar a los más chicos. Los mayores se reunieron y pensaron la guerra. Todos hablaban de nosotros. Todos rieron. Cada quien dijo su palabra y llegó en la mayoría que se empezara ya la guerra y a nosotros nos enseñaron a no morirnos en la guerra. Nosotros preguntamos por qué, y ellos nos contestaron que luchaban porque la muerte sólo fuera cosa de mayores y ya no de niños. Así nos enseñaron. A no morir nos enseñaron. A pelear para que no se mueran los niños como nosotros.

No sabemos si está mal que nosotros aprendamos a protegernos y a defendernos de la guerra, no sabemos si está mal que aprendamos a no morirnos. Unos dicen que no se debe enseñar la violencia a los niños y nos llegaron a decir que aprenden karate y tienen pistolas de juguete y aviones y helicópteros de baterías que echan lucesitas y hacen ruido. Acá también hicieron ruido y echaron lucesitas los aviones y los helicópteros, pero aquí la tierra tiembla y los mayores tiemblan y no sabemos si allá donde están ustedes jugando a la guerra con esos juguetes no tiembla la tierra y acá no estamos jugando y sí tiembla. Entonces nosotros aprendemos a no morirnos. Tal vez eso está mal y es mejor que nos muramos sin aprender a no morirnos.

Nosotros vimos las fotos. Nosotros de por sí decimos que unos no marchan parejo ahí de ve clarito que el Beto está marchando chueco. Nosotros le preguntamos al sup si la foto dice que el Beto marcha chueco porque está enfermo del pecho y ya pronto se muere pero dice el sup que la foto no dice eso. Entonces nosotros pensamos escribirles a ustedes, niños y niñas de México y el mundo, y explicarles por qué el Beto marcha chueco y no vayan a pensar ustedes que el Beto no marcha parejo porque no quiere, sino porque está enfermo del pecho y ya pronto se muere y como quiera quiso marchar. Y nosotros queremos que ustedes no piensen mal de nosotros porque no marchamos parejo. Nosotros queremos que el Beto ya no se muera y podamos marchar parejo todos, por eso estamos aprendiendo a no morirnos. Y el Beto está encabronado que porque las fotos no le dejan hablar y eso no está bien por que la foto va y le habla a otros que la ven, pero Beto, que es el de la foto, no puede ir a donde va la foto y explicar por qué está marchando chueco y la foto va a muchos lados pero el Beto sigue aquí, con el dolor en el pecho y muriéndose y la foto no viene a preguntarle por qué marcha chueco el Beto y el Beto sigue bravo y ya no le duele el pecho porque se está muriendo, sino que ahora le duele de coraje al Beto, dice. Y el Beto se va con el sup porque está encabronado y el Beto cuando se encabrona empieza a tirar piedras y el sup ya se escondió detrás de una mesa y el Beto no encuentra piedras y el sup le dice al Beto que se suba el cierre del pantalón, que no esté presumiendo, y el Beto le cuenta al sup de la foto que habla por el Beto pero le quita la palabra al Beto y entonces el sup se queda pensando y le empieza a contra al Beto la historia de un hombre que tomaba fotos allá en México en un lugar que se llama “Alameda” y que luego caminaba por las casas para vender la foto y después ese hombre se fue para marchar parejo con otros y dice el sup que fue hace muchos años y que ese hombre ya se murió y ya no nos acordamos si el sup contó si el hombre pudo vender sus fotos o no y el Beto le preguntó al sup si las fotos de ese hombre sí dejaba que hablaran los niños fotografiados y explicaran por qué marchaban chueco y el sup dice que no sabe y que a lo mejor eso fue a averiguar ese hombre cuando se fue para marchar parejo con otros y la historia se acabó porque el Beto se olvidó de las fotos y del dolor del pecho y le quitó la pipa al sup y salió corriendo y nunca lo va alcanzar el sup al Beto con tanto fierro en el cuerpo y además el Beto ya se subió al árbol y le dio su pipa al sup y nos pusimos a ver las fotos y todos vimos que sí, que las fotos no nos dejan hablar a nosotros y no nos preguntan porque no marchamos parejo y decir que lo único queremos es aprender a no morirnos y el Beto y el sup ya se pusieron a ver las fotos de las mujeres encueradas y los dos se empezaron a reír.

El sup nos dijo que hoy es el día del niño acá en México y entonces también los queremos felicitar a todos los niños y niñas y que la pasen contentos y jugando. Nosotros no podemos jugar mucho porque también tenemos que aprender a no morirnos. Y dijo el sup que hoy van a venir unas buenas gentes que nos van a traer muchas vejigas para jugar y dice el sup que en la ciudad no se dice “vejiga”. Que se llaman “globos”. El Beto dice que las vejigas las mandó su tío para que jugáramos y nosotros le decimos que su tío se murió en Ocosingo y el Beto dice que por eso. Que las vejigas las mandó su tío para que jugáramos.

Y ya nos vamos a jugar con las vejigas y el sup dice que tenemos que firmar la carta ésta que les mandamos nosotros, niños y niñas de México y el mundo, y nosotros le dijimos que la firme él porque nosotros sabemos que es mentira del sup que tiene 25 años y bien que sabemos que es un niño igual que nosotros, porque si no es niño entonces ¿que hace aquí con nosotros? El sup dice de por sí que él, cuando sea grande, va a ser niño otra vez.

Bueno, niños y niñas de México y del mundo, es toda nuestra palabra y claro les decimos que el sup habla muy otro dialecto y el Beto lo rió porque el sup quiso decir “ojo” y dijo chueco porque le salió “culo” y el sup también lo rió al Beto pero no sabemos por qué se ríe el sup cuando nos ve y si le quitamos la pipa no se enoja y también les queremos decir que el sup no sabe inflar las vejigas porque ya lleva tres que reventó él sólo y el Beto lo burla y el sup dice que le va a poner su pasamontañas a una vejiga… para irse volando, dice el sup.

Adiós.

Niños Zapatistas.

 

(Firma SubComandante Insurgente Marcos)
Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
Montañas del Sureste Mexicano, Chiapas.
México, 30 de abril de 1994.

 Como respuesta a una invitación a participar en un evento llamado “El México que queremos”, se muestra un dibujo, a grandes rasgos, del México que quieren los zapatistas: un país donde cuando un niño dice “gatillo”, quiera decir “gatito”; un país donde la desigualdad, la violencia contra las mujeres, y la represión sean solo una pesadilla y no una realidad; un país donde luchar por democracia, libertad y justicia no sea luchar por una utopía; un país…

El México que quieren los zapatistas

A: Diálogos “El México que queremos”.
Atención: Primitivo Rodríguez Oseguera.
Academia Mexicana de Derechos Humanos.
Centro de Estudios Educativos.
Centro de Estudios del Movimiento Obrero y Socialista.
CIVICUS, Alianza Mundial para la Participación Ciudadana.
Fundación para la Promoción y Defensa de la Legalidad.
Instituto Mexicano de Estudios Políticos.

 

Señor Primitivo Rodríguez Oseguera.

Leí, apenas hoy, su atenta invitación, aparecida en El Correo Ilustrado de La Jornada, para participar en los diálogos “El México que queremos”. Agradecemos la oportunidad que nos dan, en ese espacio plural, de presentar un dibujo, a grandes rasgos, del México que queremos los zapatistas.

Heriberto (3 años, tojolabal hijo de tojolabales) sonríe sin dientes cuando consuela a su hermana Eva (5 años, tojolabal hija de tojolabales) que se despertó llorando porque soñó que el gato hacía “mau” y no “miau”. Heriberto le explica a Eva que fue el chuchito (“perrito” para los chiapanecos) el que lo corrió al gato y por eso dijo “mau”.

Su hermana duda, pero la sonrisa sin dientes de Heriberto le empieza a contar una historia bastante complicada sobre el chuchito que vino el otro día y traía, el chuchito, un dulce en la bolsa y Heriberto, para que no haya duda, saca un dulce de la bolsa del pantalón y se lo ofrece a Eva que, ante prueba tan racional, se sorbe las lágrima, se deja convencer y prueba el dulce. Heriberto sigue hablando y la historia del chuchito ya va detrás de una hormiga que, dice, quiere llevarse el envoltorio del dulce y Heriberto y su hermana ya se olvidaron del chuchito y del gato que hace “mau” y no “miau” y, alternándose el dulce, observan a la hormiga que ya escogió una esquina de celofán. El gato del cuento de Heriberto es un gato pequeño, por decir “gatito” Heriberto dice “gatillo”. Un país donde “gatillo” quiera decir “gatito”, ése es EL MÉXICO QUE QUEREMOS.

Un ganadero declara que no puede haber igualdad, que siempre habrá ricos y pobres, sus congéneres aplauden a rabiar. “Esta tierra va muriendo”, dice Fidel, el zapatista, mientras desmenuza entre las manos un terrón de una milpa maltrecha. En un restaurante de lujo, políticos de alto vuelo descubren que coinciden en que lo que se necesita en este país es mano dura y un buen golpe para aplacar a tanto revoltoso, sonríen satisfechos mientras ordenan que el costo de la comida lo carguen a la cuenta de una secretaría de Estado. Una patrulla policíaca secuestra a una mujer que regresa, sola y de noche, a su casa. “La modernidad debe llegar a todas partes”, sonríe con cara de entendido el funcionario, “el acarreo y el robo de urnas son la prehistoria”, se arregla la corbata, “es más moderno usar el padrón electoral, así el “trabajo sucio” sigue siéndolo, pero mucho más “higiénico”. Pronasol es un programa gubernamental moderno, no se trata de remediar la pobreza, sino de optimizarla, de maquillarla para que sea aceptable a los ojos de un mercado que, con el nombre mexicanísimo de NAFTA, amenaza los cielos entre el Bravo y el Suchiate. La optimización de la pobreza muestra su efectividad en el campo mexicano: los indígenas mueren, como hace siglos, de enfermedades curables que el blanco trajo, junto a cruces y espadas, para “civilizar” a estos salvajes que piensan, ingenuamente, que es razón y derecho de las gentes gobernar y gobernarse. En las montañas del sureste mexicano es más barato morirse que curarse, una a una se van cerrando todas las puertas.

Oyendo el llanto de los suyos, los muertos de siempre regresan para hablar palabras de guerra, escuchan los ancianos y van traduciendo a los jóvenes la misión que trae el viento de abajo. Un país donde todo esto sea sólo una pesadilla y no una realidad, ése es EL MÉXICO QUE QUEREMOS.

Al amanecer de un año, un ejército formado por indígenas declara la guerra al gobierno, luchan por “utopías”, es decir, por democracia, libertad y justicia en EL MÉXICO QUE QUEREMOS. En un muro de una presidencia municipal chiapaneca, palacio de caciques, queda pintado un “¡YA BASTA!” de rojo apagado, de sangre seca. Los empleados tratarán inútilmente de borrarlo. “Sólo tirando el muro”, dicen y se dicen los empleados. Alguien, en cualquier lugar del país, empieza a entender… EL MÉXICO QUE QUEREMOS.

Heriberto sólo lleva, por ropa, un paliacate rojo. A los tres años el paliacate tapa el ombligo y el dedito del sexo. Cuando Heriberto se cae en el lodo, rápidamente voltea a ver si alguien lo observa o se ríe, si no hay nadie a su vista, se incorpora de nuevo y va al arrollo a bañarse, a su mamá le dirá que se bañó porque fue a pescar. Si alguien lo burla cuando se tropieza, Heriberto va por un machete de su tamaño y, empuñándolo, arremete contra todo lo que esté a su alrededor. Llora Heriberto no porque le duela la caída. Porque duele más la burla, por eso llora Heriberto.

En EL MÉXICO QUE QUEREMOS, Heriberto tendrá zapatos buenos para el lodo, un pantalón para los raspones, una camisa para que no se escapen las esperanzas que suelen anidar en el pecho, un paliacate rojo será sólo un paliacate rojo, y no un símbolo de rebeldía. Tendrá el estómago satisfecho y limpio y habrá en su pensamiento mucha hambre de aprender. Llorar y reír serán sólo eso, y Heriberto no tendrá que hacerse adulto tan de temprano.

Una mañana, después de una noche larga, llena de pesadillas y tierno dolor, amanecerá EL MÉXICO QUE QUEREMOS. Habrán de despertar los mexicanos sin palabras qué callar, sin máscaras para vestir sus penas. Habrá en los pies esa inquieta urgencia de bailar y en las manos la comezón de estrechar, amigas, otras manos. Ese día, ser mexicanos dejará de ser una vergüenza. Ese día EL MÉXICO QUE QUEREMOS será una realidad y no apenas un tema para coloquios de sueños y utopías.

Vale, señores, aprovecho para hacerles una invitación a que asistan a la Convención Nacional Democrática.

Salud y más sueños de esos que pueden parir realidades.

 

Desde las montañas del sureste mexicano
Subcomandante insurgente Marcos.

 

c.c.p. La Jornada, Tiempo, Proceso, El Financiero.

Era Diciembre de 1994 y el reinicio de la guerra parecía inminente… los niños de las comunidades siguen con sus vidas y sus juegos: el Heriberto, que oye de lejos el sonido del celofán que envuelve un dulce, la Toñita, que no quiere besar al Sup porque “mucho pica”, el Beto, que siempre anda buscando “vejigas” (globos) o la Eva, que también gusta de los dulces… y luego, los jóvenes, que se reúnen y organizan una “olimpiada zapatista”: primero una competencia de salto de longitud (a ver quién salta más alto) y luego una de salto de altitud (a ver quién llega más lejos) o le hacen una fiesta de cumpleaños, con serenata y todo, a un compa que murió en los combates del primero de enero…

Y con los niños sentados junto a él, el Sup cuenta la Historia de las preguntas…

A quién corresponda: cartas y niños

12 de Diciembre de 1994

 

Ejército Mexicano de Liberación Nacional
México.
Diciembre de 1994

A quien corresponda:

 

“Soy un evadido
Luego que nací
En mí me encerraron
Pero yo me fui.
Mi alma me busca
Por montes y valles
Ojalá que nunca
Mi alma me halle.”

Fernando Pessoa.

Escribo ésta mientras, por un lado, me llegan los informes de nuestros compañeros sobre los preparativos del avance de nuestras unidades y, por el otro, se quema el último montón de cartas sin contestar. Yo les escribo por eso.

Siempre me hice el propósito de responder todas y cada una de las cartas que nos llegaron. Me parecía, y me sigue pareciendo, que era lo menos que podía hacer para corresponder a tanta gente que se tomó la molestia de escribir unas líneas y se arriesgó a poner su nombre y dirección esperando respuesta.

El reinicio de la guerra es inminente. Debo suspender definitivamente el guardar esas cartas, debo destruirlas porque, en caso de que cayeran en manos del Gobierno, pudieran causarle problemas a mucha gente buena y a muy poca gente mala.

En fin, ahora las llamas alcanzan buena altura y los colores cambian, a veces, a un azul tornasolado que no deja de sorprender a esta noche de grillos y lejanos relámpagos que se aproximan al frío diciembre, de profecías y cuentas pendientes.

Eran muchas, sí. Alcancé a contestar un buen tanto, pero apenas lograba bajar una pila de ellas cuando ya llegaba otro tambache. “Sísifo”, me dije. “O el buitre devorando las entrañas de Prometeo”, agrega mi otro yo, siempre tan oportuno en su venenoso escepticismo.

Debo serles sincero y confesarles que, últimamente, el montón que llegaba habitualmente se iba haciendo más y más pequeño. Inicialmente lo atribuí a los metiches de Gobernación, pero poco a poco me di cuenta de que la gente, aunque sea buena, se cansa… y deja de escribir… y, a veces, deja de luchar…

Sí, ya sé que escribir una carta no es precisamente el asalto al Palacio de Invierno, pero nos hacía, a nosotros, ir tan lejos… Un día estábamos en Tijuana, otro en Mérida, a veces en Michoacán, o en Guerrero, o en Veracruz, o en Guanajuato, o en Chihuahua, o en Nayarit, o en Querétaro, o en el Distrito Federal.

Otras veces íbamos más lejos, a Chile, el Paraguay, a España, a Italia, al Japón. Bien, se acabaron esos viajes que nos arrancaban más de una sonrisa y que entibiaron noches de frío desvelo y refrescaron días de cansado calor.

Bien, pero os he dicho que me había propuesto responder a todas las cartas y nosotros, los caballeros andantes, sabemos cumplir las promesas (siempre y cuando no sean de amor), así que he pensado en la bondad que aliviaría mi pesada culpa si todos vosotros aceptarais que os respondiera en una sola y contundente misiva en la que vosotros os vierais a vosotros mismos como los destinatarios particulares de tan irregular correspondencia.

Vale, como corre a mi favor que no podréis protestar o mostraros en desacuerdo (podéis hacerlo pero yo no me enteraré y puesto que correspondencia y etcétera, será inútil), procedo entonces a dar paso a la loca dictadura que se apodera de mi diestra mano cuando de escribir una carta se trata.

Y qué mejor para iniciarla que unos versos de Pessoa, que son maldición y profecía, y que dicen, creo, así…

El mirar, que está mirando
Adónde no ve, se vuelve:
Estamos los dos hablando
Lo que no se conservó.

¿Esto se acabó o empieza?

A tantos y tanto del mes tal del inefable año de 1994.

A quien Corresponda:

Yo quería decir algunas cosas de lo que ha ocurrido desde enero hasta ahora. La mayoría de vosotros escribisteis dándonos las gracias. Imaginaos la sorpresa nuestra cuando vamos leyendo en vuestra misiva que agradecéis que existamos.

Yo, por ejemplo, que lo más cariñoso que he recibido de mis tropas es un gesto de resignación cuando me llego a una de nuestras posiciones, me sorprendo sorprendiéndome, y cuando me sorprendo en la sorpresa pueden ocurrir cosas imprevisibles.

Ocurre, por ejemplo, que muerdo demasiado la pipa y le rompo la boquilla. Ocurre, por ejemplo, que no encuentro el “maskin” para repararla.

Ocurre, por ejemplo, que buscando alguna otra pipa encuentro algún dulce y cometo el grave error de hacerlo sonar con ese ruido que sólo tienen los dulces envueltos en celofán y que esa plaga que llaman “niños” puede escuchar a decenas de metros de distancia, a kilómetros si tienen el viento a su favor.

Y ocurre, por ejemplo, que cuando le subo el volumen a la grabadorcita para tratar de ahogar el ruidito del celofán con una canción que dice…

El que tenga una canción
tendrá tormenta,
el que tenga compañía
soledad.

El que siga buen camino
tendrá sillas peligrosas
que lo inviten a parar.

Pero vale la canción
buena tormenta,
y la compañía
vale soledad,
siempre vale
la agonía de la prisa
aunque se llene de sillas
la verdad.

Se aparece en el cuartito (porque todo esto suele pasar, invariablemente, en un cuartito de techo de lámina de cartón o de zacate o de “”nylon”) el Heriberto con cara de ¡te encontré!, yo me hago como que no lo veo y silbo una tonada que silbaban en una película que no me acuerdo cómo se llamaba pero al protagonista le daba muy buenos resultados porque una muchacha, que estaba como para lo que dijo Cejas, se acercaba sonriendo, y yo me doy cuenta de que no es una muchacha sino el tal Heriberto el que se acerca.

Junto a él viene la Toñita cargando su olote-muñeca, La Toñita, la del beso renegado porque “mucho pica”, la de los dientes picados que cumple cinco y entra en seis, la consentida del “Sup”.

El Heriberto, el chillido más rápido de la selva Lacandona, el dibuja patitos anti-SUP-marinos, el terror de las hormigas arrieras y el chocolate navideño, el consentido de la Ana María, el castigo que algún rencoroso dios le mandó al “Sup” por andar de transgresor de la violencia y profesional de la ley. ¿Qué? ¿No era así? Bueno, no os preocupéis…

¡Atentos! ¡Prestad oídos a lo que os refiero! El Heriberto llega entonces y me dice que la Eva está chillando porque quiere ver el caballo cantador y el mayor no la deja por estar viendo “El Decamerón” de Passolini.

Claro que el Heriberto no dice que es “El Decamerón”“, pero yo lo infiero pues el Heriberto dice, textualmente: “El mayor está viendo puras viejas encueradas”.

Para el Heriberto toda mujer que lleve la falda a la altura de las rodillas o más arriba está “encuerada”, y todas las mujeres mayores de los cuatro años que acaba de cumplir la Eva son “viejas”.

Yo sé que todo se trata de una sucia estratagema del Heriberto para apoderarse del dulce cuyo celofán sonó como sirena del “Titanic” enmedio de la niebla, y el Heriberto con sus patitos va al rescate, porque no hay nada más triste en este mundo que un dulce sin un niño que lo rescate de su prisión de celofán.

La Toñita descubre, en cambio, un conejito “a-prueba-de-lodo”, es decir, negro, y decide sumergirlo en un charco que, a su entender, reúne las características necesarias para una prueba de calidad.

Ante la invasión de que es objeto la comandancia general del ‘ezetaelene’ “ yo me hago pato y hago como que estoy muuuuy concentrado en lo que escribo. El Heriberto se da cuenta y dibuja un pato al que titula, en forma irreverente, “El Sup”.

Yo me hago el ofendido porque el Heriberto alega que mi nariz es como el pico del pato. La Toñita pone, en una piedra, al conejito enlodado junto al olote y los mira y analiza con mirada crítica.

Se me ocurre que el resultado no le satisface porque mueve la cabeza negando con la misma obstinación que cuando me niega un beso.

El Heriberto, ante mi indiferencia, parece que se da por vencido y se retira y yo me quedo satisfecho de mi rotundo triunfo cuando me doy cuenta de que el dulce ya no está y entonces recuerdo que, cuando veía el dibujo, el Heriberto hizo un movimiento extraño.

¡Se lo llevó en mis propias narices! Y mirad que con estas narices eso es decir bastante. Yo me deprimo y más cuando me doy cuenta de que Salinas ya está empacando para irse a la “oemece” y se me ocurre que fue injusto cuando nos colgó eso de “transgresores”.

Si conociera al Heriberto se daría cuenta que, comparados con él, nosotros somos más legales que la dirigencia del PRI.

Pero bueno, estábamos en que me sorprendía sorprendiéndome al leer en vuestras misivas ese “gracias” que, en veces, iba dirigido a la Ana María, a la Ramona, al Tacho, al Moy, al Mario, a la Laura, o a cualquiera de los hombres y mujeres que se cubren el rostro para mostrarse a otros y se lo descubren para ocultarse de todos.

Yo ensayo mi mejor reverencia para agradecer tanto agradecimiento cuando la Ana María se aparece en el dintel de la puerta con el Heriberto chillando y de la mano y me dice que por qué no le quiero dar dulce al Heriberto.

“¿Que no le quiero dar dulce?”, digo y miro sorprendido la cara del Heriberto que ha disimulado las huellas del dulce con las lágrimas y mocos que han puesto a la Ana María de su parte.

“Sí -dice implacable la Ana María-, el Heriberto dice que él te dio un dibujo a cambio de un dulce, pero que tú no cumpliste el trato”.

Yo, que me sé víctima de una injusta acusación, pongo cara de ex presidente del PRI que se prepara a tomar posesión de una poderosa secretaría de Estado y a subir a la tribuna para decir su mejor discurso cuando, sin más, la Ana María toma una bolsa de dulces que a saber de dónde salió y se la da, ¡toda!, al Heriberto.

“Toma -dice- los zapatistas siempre cumplen su palabra”. Se van los dos. Yo me quedo muuuuuy triste porque esos dulces eran para su cumpleaños de la Eva que ya no sé cuántos años cumple porque cuando le pregunté a su mamá cuántos años tenía me dijo que seis. “Pero si el otro día me dijo que estaba entrada en cuatro”, le reproché.

“Sí, pero cumple cuatro y entra en cinco, o sea que ya está por los seis”, me responde contundente la señora y me deja haciendo cuentas con los dedos y dudando de todo el sistema educativo de antaño que clarito enseñaba que 1 + 1 = 2, 6 x 8 = 48 y otras cosas igualmente trascendentes pero que, como es evidente, demuestran que en las montañas del sureste mexicano no lo son y que aquí funciona otra lógica matemática.

“Los zapatistas somos muy otros”, definió el “Monarca” alguna vez que me platicaba que, cuando se quedaba sin líquido de frenos, le echaba orines al recibiente para tal efecto.

El otro día, por ejemplo, hubo una fiesta de cumpleaños. Se reunió el “grupo juvenil” y organizó una “olimpiada zapatista”: la “maestra de la ceremoña” dijo clarito que seguía la competencia de salto de longitud -que quiere decir “a ver quién salta más alto”- y después siguió el salto de altitud -que quiere decir “a ver quién llega más lejos”-.

Yo estaba haciendo otra vez cuentas con los dedos cuando llega el teniente Ricardo y me dice que en la mañana le llevaron mañanitas al festejado. ¿A dónde fue la serenata?, pregunté celebrando ya que todo volviera a la normalidad puesto que era lógico que las mañanitas se cantaran en la mañana.

“En el panteón”, me contesta Ricardo. “¿El panteón?”, dije volviendo a mis cuentas de dedos. “Sí pues, es que es su cumpleaños de un ‘compa’ que murió en los combates de enero”, dice Ricardo ya por irse porque avisaron que sigue la carrera de “arrastres”.

“Bueno -me dije a mí mismo-, una fiesta de cumpleaños para un muerto. Perfectamente lógico… en las montañas del sureste mexicano”. Suspiro.

Yo estoy suspirando con nostalgia, recordando los viejos tiempos cuando los malos eran malos y los buenos eran buenos, cuando la manzana de Newton seguía su irresistible carrera árbol abajo hacia alguna mano infantil, cuando el mundo olía a salón de escuela el primer día de clases: a miedo, a misterio, a nuevo.

En eso estoy cuando El Beto entra, sin trámite alguno, y pregunta si hay vejigas y, sin esperar mi respuesta, empieza a buscar por entre mapas, órdenes operativas, partes de guerra, cenizas de tabaco para pipa, lágrimas secas, florecitas rojas dibujados con plumín, cartucheras y un pasamontañas apestoso.

En algún lugar El Beto encuentra una bolsa de vejiga y una foto de una “playmate” bastante vieja (la foto, no la “playmate”). El Beto duda entre la bolsa de globos y la foto y decide lo que todos los niños deciden en estos casos: se lleva las dos.

Yo siempre he dicho que esto no es una comandancia sino un jardín de niños. Le dije ayer al “Moy” que pusiera alrededor algunas minas antipersonales.

“¿Tú crees que vienen hasta acá los soldados?”, me pregunta preocupado. Yo respondo con un temblor recorriéndome el cuerpo: “Los soldados no sé, pero qué tal los niños”.

“Moy” asiente comprensivo y me empieza a platicar un diseño bastante complicado de una trampa caza-bobos, que consiste en un agujero simulado y con estacas afiladas y con veneno en el fondo.

La idea me gusta, pero si algo no tienen estos niños es ser bobos, así que mejor le recomiendo que electrifiquemos con alto voltaje y coloque sendas ametralladoras “tres bocas” en la entrada. “Moy” duda de nuevo y dice que tiene una idea mejor y se va dejándome con la duda…

¿En qué estaba yo? ¡Ah sí! En los dulces que eran para la Eva pero que se los llevó el Heriberto. Yo estoy hablando por radio para que busquen por todos los campamentos alguna bolsa de dulces para que me los manden y reponer el regalo para la Eva, cuando se aparece la susodicha con una ollita de tamales que “manda mi mamá porque hoy es mi cumpleaños”, dice la Eva mirándome con unos ojos que cuando tenga diez años más van a provocar más de una guerra.

Yo agradezco con grandes reverencias y le digo, ¿qué otra cosa podía hacer?, que le tengo un regalo. “Onta pues”, dice-pide-exige la Eva y yo empiezo a sudar porque no hay nada más temible que una mirada de rencor moreno y la mirada de la Eva se está transformando, ante mi titubeo, como en esa otra película de “El Santo contra el Hombre Lobo” y en eso, para acabarla de amolar, llega el Heriberto a ver “si el ‘Sup’ ya no está bravo” con él.

Yo empiezo a sonreir para darme tiempo a calcular si alcanzo a darle una patada al Heriberto cuando la Eva se da cuenta de que el Heriberto trae una bolsa de dulces bastante disminuida y le pregunta quién le dio los dulces y el Heriberto le dice, con la voz pegajosa de chicloso, el “Chup”, yo no me doy cuenta que el Heriberto quiso decir “el ‘sup’ “ hasta que la Eva se voltea y me recuerda: “¿Y mi regalo qué pues?”.

El Heriberto pela los ojos cuando oye “regalo” y bota la bolsa de dulces que, por cierto, ya estaba vacía y se acerca junto a la Eva y dice con un cinismo empalagoso: “sí ¿y nuestro regalo, pues?.

“¿Nuestro?”, le digo mientras vuelvo a calcular la patada pero en eso veo que por ahí ronda la Ana María y desisto de mi intento. Entonces digo: “Lo tengo escondido”. “¿Onde?”, pregunta la Eva que se quiere ahorrar todo el misterio.

El Heriberto, en cambio, lo ha tomado como un reto y ya está abriendo mi mochila y aventando a un lado la cobija, el altímetro, la brújula, el tabaco, una caja de balas, un calcetín, y en ese momento lo detengo con un convincente grito de “¡ahí no está!”.

El Heriberto entonces se va sobre la mochila del “Moy” y ya la está abriendo cuando agrego: “Tienen que adivinar un cuento para saber dónde está el regalo”.

El Heriberto ya se había desanimado de por sí porque las correas de la mochila del mayor están muy apretadas y viene y se sienta a mi lado y la Eva también.

El Beto y La Toñita se acercan, y yo enciendo la pipa para darme tiempo a medir el tamaño del problema en el que me metí con la adivinanza, cuando se acerca el viejo Antonio y, haciendo un gesto para señalar un pequeño Zapata de plata enviado por sandalia, repite, ahora por mi boca, la…

La historia de las preguntas

Aprieta el frío en esta sierra. Ana María y Mario me acompañan en esta exploración, 10 años antes del amanecer de enero. Los dos apenas se han incorporado a la guerrilla y a mí, entonces teniente de infantería, me toca enseñarles lo que otros me enseñaron a mí: a vivir en la montaña.

Ayer topé al viejo Antonio por vez primera. Mentimos ambos. El diciendo que andaba para ver su milpa, yo diciendo que andaba de cacería. Los dos sabíamos que mentíamos y sabíamos que lo sabíamos.

Dejé a Ana María siguiendo el rumbo de la exploración y yo me volví a acercar al río para ver si, con el clisímetro, podía ubicar en el mapa un cerro muy alto que tenía al frente, y por si topaba de nuevo al viejo Antonio. El ha de haber pensado lo mismo porque se apareció por el lugar del encuentro anterior.

Como ayer, el viejo Antonio se sienta en el suelo, se recarga en un huapac de verde musgo, y empieza a forjar un cigarro. Yo me siento frente a él y enciendo la pipa. El viejo Antonio inicia:

– No andas de cacería.

Yo respondo: “Y usted no anda para su milpa”. Algo me hace hablar de usted, con respeto, a este hombre de edad indefinida y rostro curtido como la piel del cedro, a quien veo por segunda vez en mi vida.

El viejo Antonio sonríe y agrega: “He oído de ustedes. En las cañadas dicen que son bandidos. En mi pueblo están inquietos porque pueden andar por esos rumbos”.

“Y usted ¿cree que somos bandidos?”, pregunto. El viejo Antonio suelta una gran voluta de humo, tose y niega con la cabeza. Yo me animo y le hago otra pregunta:”¿Y quién cree usted que somos?”. “Prefiero que tú me lo digas”, responde el viejo Antonio y se me queda viendo a los ojos.

“Es una historia muy larga”, digo y empiezo a contar de cuando Zapata y Villa y la revolución y la tierra y la injusticia y el hambre y la ignorancia y la enfermedad y la represión y todo. Y termino con un y entonces nosotros somos el Ejército Zapatista de Liberación Nacional”.

Espero alguna señal en el rostro del viejo Antonio que no ha dejado de mirarme durante mi plática. “Cuéntame más de ese Zapata”, dice después de humo y tos.

Yo empiezo con Anenecuilco, me sigo con el Plan de Ayala, la campaña militar, la organización de los pueblos, la traición de Chinameca.

El viejo Antonio sigue mirándome mientras termino el relato. No fue así, me dice. Yo hago un gesto de sorpresa y sólo alcanzo a balbucear: “¿No?”.

“No”, insiste el viejo Antonio: “Yo te voy a contar la verdadera historia del tal Zapata”. Sacando tabaco y “doblador”, el viejo Antonio inicia su historia que une y confunde tiempos viejos y nuevos, tal y como se confuden y unen el humo de mi pipa y de su cigarro.

“Hace muchas historias, cuando los dioses más primeros, los que hicieron el mundo, estaban todavía dando vueltas por la noche, se hablan dos dioses que eran el “Ik’al” y el “Votán”. Dos eran de uno sólo. Volteándose el uno se mostraba el otro, volteándose el otro se mostraba el uno.

Eran contrarios. El uno luz era, como mañana de mayo en el río. El otro era oscuro, como noche de frío y cueva. Eran lo mismo. Eran uno los dos, porque el uno hacía al otro.

Pero no se caminaban, quedando se estaban siempre estos dos dioses que uno eran sin moverse. “¿Qué hacemos pues?”, preguntaron los dos. “Está triste la vida, así como estamos de por sí”, tristeaban los dos que uno eran en su estarse. “No pasa la noche”, dijo el “Ik’al”.”No pasa el día”, dijo el “Votán”.

“Caminemos”, dijo el uno que dos era. “¿Cómo?”, preguntó el otro. “¿Para dónde?”, preguntó el uno. Y vieron que así se movieron tantito, primero para preguntar cómo, y luego para preguntar dónde. Contento se puso el uno que dos era cuando vio que tantito se movían. Quisieron los dos al mismo tiempo moverse y no se pudieron. “¿Cómo hacemos pues?”.

Y se asomaba primero el uno y luego el otro y se movieron otro tantito y se dieron cuenta que si uno primero y otro después entonces sí se movían y sacaron acuerdo que para moverse primero se mueve el uno y luego se mueve el otro y empezaron a moverse y nadie se acuerda quién primero se movió para empezar a moverse porque muy contentos estaban que ya se movían y “¿Qué importa quién primero si ya nos movemos?”, decían los dos dioses que el mismo eran y se reían y el primer acuerdo que sacaron fue hacer baile y se bailaron, un pasito el uno, un pasito el otro, y tardaron en el baile, porque contentos estaban de que se habían encontrado.

Ya luego se cansaron de tanto baile y vieron qué otra cosa pueden hacer y lo vieron que la primera pregunta de “¿cómo moverse?” trajo la respuesta de “juntos pero separados de acuerdo”, y esa pregunta no mucho les importó porque cuando dieron cuenta ya estaban moviéndose y entonces se vino la otra pregunta cuando se vieron que había dos caminos: el uno estaba muy cortito y ahí nomás llegaba y claro se veía que ahí nomás cerquita se terminaba el camino ese y tanto era el gusto de caminar que tenían en sus pies que dijeron rápido que el camino que era cortito no muy lo querían caminar y sacaron acuerdo de caminarse el camino largo y ya se iban a empezar a caminarse, cuando la respuesta de escoger el camino largo les trajo otra pregunta de “¿a dónde lleva este camino?”; tardaron pensando la respuesta y los dos que eran uno de pronto llegó en su cabeza de que sólo si lo caminaban el camino largo iba a saber a dónde lleva porque así como estaban nunca iban a saber para dónde lleva el camino largo.

Y entonces se dijeron el uno que dos era: “Pues vamos a caminarlo, pues” y lo empezaron a caminar, primero el uno y luego el otro. Y ahí nomás se dieron cuenta de que tomaba mucho tiempo caminar el camino largo y entonces se vino la otra pregunta de “¿cómo vamos a hacer para caminar mucho tiempo?” y quedaron pensando un buen rato y entonces el “Ikal” clarito dijo que él no sabía caminar de día y el “Votán” dijo que el de noche miedo tenía de caminarse y quedaron llorando un buen rato y ya luego que acabó la chilladera que se tenían se pusieron de acuerdo y lo vieron que el “Ik’al” bien que se podía caminar de noche y que el “Votán” bien que se podía caminar de día y que el “Ik’al” lo caminara al “Votán” en la noche y así sacaron la respuesta para caminarse todo el tiempo.

Desde entonces los dioses caminan con preguntas y no paran nunca, nunca se llegan y se van nunca. Y entonces así aprendieron los hombres y mujeres verdaderos que las preguntas sirven para caminar, no para quedarse parados así nomás. Y, desde entonces, los hombres y mujeres verdaderos para caminar preguntan, para llegar se despiden y para irse saludan. Nunca se están quietos”.

Yo me quedo mordisqueando la ya corta boquilla de la pipa esperando a que el viejo Antonio continúe pero él parece no tener ya la intención de hacerlo. Con el temor de romper algo muy serio pregunto: “¿Y Zapata?”.

El viejo Antonio se sonríe: “Ya aprendiste que para saber y para caminar hay que preguntar”. Tose y enciende otro cigarro que no supe a qué hora lo forjó y, por entre el humo que sale de sus labios, caen las palabras como semillas en el suelo:

“El tal Zapata se apareció acá en las montañas. No se nació, dicen. Se apareció así nomás. Dicen que es el “Ik’al” y el “Votán” que hasta acá vinieron a parar en su largo camino y que, para no espantar a las gentes buenas, se hicieron uno sólo.

Porque ya de mucho andar juntos, el “Ik’al” y el “Votán” aprendieron que era lo mismo y que podían hacerse uno sólo en el día y en la noche y cuando se llegaron hasta acá se hicieron uno y se pusieron de nombre Zapata y dijo el Zapata que hasta aquí había llegado y acá iban a encontrar la respuesta de a dónde lleva el largo camino y dijo que en veces sería luz y en veces oscuridad, pero que era el mismo, el “Votán Zapata” y el “Ik’al Zapata”, el Zapata blanco y el Zapata negro, y que eran los dos el mismo camino para los hombres y mujeres verdaderos”.

El viejo Antonio saca de su morraleta una bolsita de nylon. Adentro viene una foto muy vieja, de 1910, de Emiliano Zapata. Tiene Zapata la mano izquierda empuñando el sable a la altura de la cintura.

Tiene en la derecha una carabina sostenida, dos carrilleras de balas le cruzan el pecho, una banda de dos tonos, blanco y negro, le cruza de izquierda a derecha. tiene los pies como quien está quedando quieto o caminando y en la mirada algo así como “aquí estoy” o “ahí les voy”.

Hay dos escaleras. En la una, que sale de la oscuridad, se ven más zapatistas de rostros morenos, como si salieran del fondo de algo; en la otra escalera, que está iluminada, no hay nadie y no se ve a dónde lleva o de dónde viene.

Mentiría si dijera que yo me di cuenta de todos esos detalles. Fue el viejo Antonio el que me llamó la atención sobre ellos. Atrás de la foto se lee:

“Gral. Emiliano Zapata, Jefe del Ejército Suriano.
Gen. Emiliano Zapata, commander in chief of the southern army.
Le Général Emiliano Zapata, Chef de l’Armée du Sud.
C. 1910. Photo by: Agustín V. Casasola”.

El viejo Antonio me dice: “Yo a esta foto le he hecho muchas preguntas. Así fue como llegué hasta aquí”. Tose y arroja la bachita del cigarro. Me da la foto. “Toma”, me dice. “Para que aprendas a preguntarle… y a caminar”.

“Es mejor despedirse al llegar. Así no duele tanto cuando uno se va”, me dice el viejo Antonio tendiéndome la mano para decirme que ya se va, es decir, que está viniendo. Desde entonces, el viejo Antonio saluda al llegar con un “adiós” y se despide alzando la mano y alejándose con un “ya vengo”.

El viejo Antonio se levanta.También lo hacen el Beto, la Toñita, la Eva y el Heriberto. Yo saco la foto de Zapata de mi mochila y se las muestro.

– ¿Va a subir o a bajar? -pregunta el Beto.

– ¿Va a caminar o se va a quedar parado? -pregunta la Eva.

– ¿Está sacando o guardando la espada? -pregunta la Toñita.

– ¿Ya acabó de disparar o va a empezar apenas? -pregunta el Heriberto.

Yo no dejo de sorprenderme con todas esas preguntas que arranca esta foto de hace 84 años y que, en 1984, me regalara el viejo Antonio. Yo la miro por última vez antes de decidir regalársela a la Ana María y la foto me arranca una pregunta más: ¿Es nuestro ayer o nuestro mañana?

Ya en ambiente de cuestionamiento y con una coherencia sorprendente para sus cuatro – años – cumplidos – entrada – en – cinco – o – sea – seis, la Eva me suelta: “¿Y mi regalo pues?”.

La palabra “regalo” provoca idénticas reacciones en el Beto, la Toñita y el Heriberto, es decir que todos se ponen a gritar:”¿Y mi regalo pues?”.

Me tienen acorralado y a punto de sacrificarme cuando se aparece la Ana María quien, como hace casi un año en San Cristóbal, pero en otras circunstancias, me salva la vida.

“Aquí está su regalo que les tenía el Sup”, dice la Ana María mientras me mira con cara de “qué – sería – de – ustedes – los – hombres – sin – nosotras – las – mujeres”.

Mientras los niños se ponen de acuerdo, es decir se pelean, para repartirse los dulces, Ana María saluda militarmente y me dice:

– Reporto: la tropa lista para salir.

– Bien -digo poniéndome la pistola al cinto-. Saldremos como es ley: de madrugada. -la Ana María sale.

– Espérame -le digo. Le doy la foto de Zapata.

– ¿Y esto? -pregunta mirándola.

-Nos va a servir -respondo.

– ¿Para qué? -insiste ella.

– Para saber a dónde vamos -respondo mientras reviso mi carabina.

En el aire un avión militar maniobra…

 

Bueno, no os deseperéis, ya casi termino esta “carta de cartas”. Antes debo desalojar a los niños de aquí…

Por último, responderé algunas preguntas que, es seguro, os haréis:

¿Sabemos a lo que vamos? Sí.

¿Sabemos lo que nos espera? Sí.

¿Vale la pena? Sí.

¿Quién que puede contestar “sí” a las tres preguntas anteriores puede permanecer sin hacer nada y no sentir que algo muy adentro se rompe?

Vale. Salud y una flor para esta tierna furia, creo que se la merece.

 

Desde las montañas del sureste mexicano.
Subcomandante Insurgente Marcos
México, Diciembre de 1994.
(Suscribe) Subcomandante Marcos.

 

P.D. Para escritores, analistas y pueblo en general. Brillantes plumas han encontrado partes valiosas en el movimiento zapatista, sin embargo nos han escatimado nuestra esencia fundamental: la lucha nacional. Para ellos seguimos siendo ciudadanos de aldea, capaces de tener conciencia de nuestra animalidad y lo que a ella se refiere, pero incapaces de, sin ayuda “externa”, entender y hacer nuestros conceptos como “nación”, “patria”, “méxico”. Sí, con minúsculas todos, en esta hora gris viene a tono.

Para ellos está bien que hayamos luchado por las necesidades materiales, pero luchar por las espirituales es un exceso. Será comprensible que ahora estas plumas se vuelvan en contra de nuestro empecinamiento.

Lo sentimos, alguien tiene que ser consecuente, alguien tiene que decir “no”, alguien tiene que repetir el “¡Ya basta!”, alguien tiene que dejar de lado la prudencia, alguien tiene que poner en más alta estima la dignidad y la vergüenza que la vida, alguien tiene que…

Bueno, sólo quería decirle, a estas plumas magníficas, que entenderemos la condena que ahora saldrá de sus manos. Sólo puedo argumentar en nuestra defensa que nada de lo que hicimos fue para agradarles a ustedes, que lo que dijimos e hicimos fue para agradarnos a nosotros mismos, el gusto por luchar, por vivir, por hablar, por caminar…

Gentes buenas, de todas las clases sociales, de todas las razas, de todos los géneros, nos ayudaron. Algunos por aliviar el remordimiento de conciencia, otros por estar a la moda, la mayoría por convicción, por la certeza de encontrarse ante algo nuevo y bueno.

Porque nosotros somos buenos, por eso avisamos antes lo que vamos a hacer, para que se pongan a buen recaudo, para que se preparen, para que no los tome por sorpresa.

Yo sé que eso nos da desventaja, pero al lado de la desventaja tecnológica, bien podemos pasar por alto desventaja de perder la sorpresa.

A estas gentes buenas yo quería decirles que sigan creyendo, que no dejen que el escepticismo los ate a la dulce prisión del conformismo, que sigan buscando, que sigan encontrando algo en qué creer, algo por qué luchar.

Hemos tenido, también, brillantes enemigos. Plumas que no se han conformado con el calificativo despectivo o la palabra fácil, plumas que han buscado argumentos fuertes, firmes, coherentes, para atacarnos, descalificarnos, aislarnos.

He leído brillantes textos para desprestigiar a los zapatistas y para defender un régimen que tiene que pagar, y caro, para aparentar que alguien lo quiere.

Lástima que, al final, terminaron defendiendo una causa pueril y vana, lástima que terminarán hundiéndose junto a ese edificio que se desquebraja…

P.D. Que, a caballo y con mariachi, canta al pie de la ventana de una abuela, esa de Pedro Infante que se llama “Dicen que soy mujeriego” y que termina…

Entre mis dulces amores
uno vale mucho más
que me quiere sin rencores
de mí para tararirarán.
Una viejita muy linda
que no creo yo merecer
con su corazón me brinda
el más divino querer.

Frente a una abuela uno siempre es un niño que duele al alejarse… Adiós abuela, ya vengo. Ya acabo, ya empiezo…

 

 

 

A través de un cuento en el que Luzbel, el diablo, se ve obligado a convertirse en “diablo de la guarda” y cuidar de niños y niñas zapatistas, se va desgranando la vida de estos: el Beto, que todo lo pregunta; el Heriberto, que siempre se escapa de la escuela para ir a jugar y cazar dulces y chocolates; el Ismita, que con diez años tiene la estatura de uno de cuatro, por culpa de la desnutrición crónica, pero que tiene una enorme grandeza moral; el Andulio, el de la sonrisa que brilla y al que una malformación genética le dejó sin manos; y así el Nabor, el Pedrito, la Toñita, la Eva, la Chelita, la Chagüa, la Mariya, la Regina, la Yeniperr, el Olivio y el Marcelo.

Los Diablos del Nuevo Siglo.

(Los niños zapatistas en el año 2001, Séptimo de la guerra contra el olvido)

A los niños y niñas de Guadalupe Tepeyac en el Exilio.

“Miguel Kantun, de Lerma, es amigo de Canek. Le escribe
una carta y le manda a su hijo para que haga de él un hombre.
Canek le contesta diciéndole que hará de su hijo un indio.”

“Canek. Historia y leyenda de un héroe maya”.
Ermilo Abreu Gómez.

Este no es un texto político. Es sobre los niños y niñas zapatistas, sobre los que estuvieron, sobre los que están y sobre los que vendrán. Es, por tanto, un texto de amor… y de guerra.

Los niños pueden producir guerras y amores, encuentros y desencuentros. Magos impredecibles e involuntarios, los niños juegan y van creando el espejo que el mundo de los adultos evita y aborrece. Tienen el poder de modificar su entorno y convertir, es un ejemplo, una hamaca vieja y deshilachada en un moderno avión, en un cayuco, en un carro para ir a San Cristóbal de Las Casas. Un simple garabato, trazado con el lapicero que la Mar les facilita para estos casos, les da batería para contar una complicada historia donde el “anoche” abarca horas o meses, y el “al rato” puede querer decir “el siglo que viene”, donde (¿alguien lo duda?) ellos y ellas son héroes y heroínas. Y lo son, pero no sólo en sus historias ficticias, también y sobre todo en su ser niños y niñas indígenas en las montañas del sureste mexicano.

Nueve son los círculos del infierno de Dante. Nueve las cárceles que encierran a los niños indígenas en México: hambre, ignorancia, enfermedad, trabajo, maltrato, pobreza, miedo, olvido y muerte.

En las comunidades indígenas de Chiapas, la desnutrición infantil llega hasta el 80%, el 72% de los niños no alcanzan siquiera a terminar el primer año de la primaria escolar, y en todos los hogares indígenas niños y niñas, desde los 4 años de edad, deben cortar y acarrear leña para comer. Para romper esos círculos hay que pelear mucho, siempre, incluso desde niño. Hay que luchar fuerte. A veces hay que hacer una guerra, una guerra contra el olvido.

He dicho que éste es un texto sobre los niños y niñas que estuvieron. Como es de caballos y caballeros que “las damas primero”, empezaré por ese recuerdo que aspira a no repetirse.

Se trata de “la Paticha”. Ya antes hablé de ella y, a través de ella, de todos los nonatos del sótano de México.

Mucho se ha escrito, para bien o para mal, sobre las causas del alzamiento zapatista. Yo aquí aprovecho para proponer otro punto de partida: los zapatistas nonatos, es decir, buena parte de los niños zapatistas. Rara es la familia indígena en México que no cuente 3 ó 4 niños muertos antes de los 5 años. Miles en las montañas del sureste mexicano, decenas de miles en el desván abandonado por la “modernidad” gobernante: los pueblos indios, los habitantes originales de estos suelos.

Con menos de 5 años de edad, la Paticha murió de una fiebre. En unas horas, una calentura le quemó los años y los sueños.

¿Quién fue el responsable de su muerte? ¿Qué conciencia se fecundó con su desaparición? ¿Qué duda se resolvió? ¿Qué miedo se derrotó? ¿Qué valentía floreció? ¿Qué mano se armó? ¿Cuántas muertes como la de Paticha hicieron posible la guerra que inició en 1994?

Las preguntas son importantes, porque la muerte de la Paticha fue una muerte oscura. Ya antes dije que ni siquiera se tomó como deceso, pues para el Poder nunca nació. Es más, la nonata llamada Paticha murió en la oscuridad de la noche, en el olvido.

Sin embargo, oscuridades como la de su muerte son las que iluminaron la mediocre noche de este país, en 1994…

I

Y, hablando de oscuridades fértiles, debe de haber una explicación científica para dar cuenta de cómo una oscura nube puede dar paso al destello poderoso de un relámpago. Hay muchas explicaciones ideológicas, pero aún antes de que el hombre diera cuenta, en ceremonias, libros y coloquios, de la maravilla de una tormenta nocturna, ya lo oscuro producía claridad, ya la noche paría al día, y ya el fuego más fiero devenía en fresco aliento.

Así que es ésta una madrugada particularmente oscura. Sin embargo, para sorprender a los más brillantes meteorólogos (o simplemente para contradecirlos), al horizonte de oriente se le desgarran sendos rayos, ramas secas de luz cayendo del luminoso árbol que la noche esconde detrás suyo. Es así la noche un negro espejo, una sombra quebrándose de amarillo y naranja. Un espejo. El marco lo forman los cuatro puntos cardinales de un horizonte de sube y baja, arbolado y gris oscuro. Un espejo visto por el lado oscuro del espejo. El lado oscuro de un espejo, advirtiendo lo que lleva detrás, prometiéndolo…

Todas las historias están pobladas de sombras. En la zapatista, no son pocas las que han delineado nuestra luz. Estamos llenos de pasos de callado andar que, sin embargo, hacen posible el grito. Son muchos y muchas los que se quedan quietos para que el movimiento camine. Muchos rostros difusos que permiten aclarar otros rostros. Alguien dijo que el zapatismo tenía éxito porque sabía tejer redes. Bueno, pues detrás nuestro hay muchas tejedoras de ágil mano, de ingenio grande, de prudente paso. Y, mientras sobre cada nudo de la rebelde red de los olvidados del mundo se alza una luz incandescente y breve, todavía en las sombras ellas tejen nuevos trazos y abrazos…

Y hablando de tejedoras y de abrazos, yo me desprendo del tibio y fresco de la Mar en el lecho, y salgo a caminar apenas unos pasos, en esta madrugada en que febrero reitera su desvarío y anuncia la llegada de la liebre de marzo. Ahí nomás, donde el monte es territorio de la noche de abajo, unos cocuyos se alborotan con la caliente humedad que anuncia la tormenta.

Una sombra pequeña solloza cerca de la hamaca. Yo me acerco hasta distinguir a un pequeño hombrecito, chaparro, bigotón y bastante entrado en años y carnes. Dos maltrechas alas de cartón rojo corrugado, un par de pequeños cuernos y una cola terminada en punta de flecha hacen que parezca un diablo.

Sí, un diablo. Un diablo bastante maltratado. Un pobre diablo…

– ¡“Pobre diablo” tu abuelo! – masculla la diminuta figura.

Yo no me arredro. Aunque mi cabeza y mis piernas me dicen que corra lejos de ahí, yo soy el hombre de la casa (bueno, de la champa, pero creo que me entienden) y no debo abandonar a la Mar, que es la mujer de la casa. Así que tantas películas de Pedro Infante me imponen que resguarde la casa y, puesto que “Martín Corona” y “Ahí viene Martín Corona”, debo refrenar mis ganas de salir huyendo. Bueno, al menos no sin avisarle antes a la Mar que, como ya dije antes, es la mujer de la casa de la que yo soy el hombre de la casa.

Así que no intento ninguna “retirada estratégica” y, como siempre que el terror se apodera de mí, enciendo la pipa y hablo. Hago algún comentario ocioso sobre el inestable clima y, viendo que no hay respuesta, aventuro…

– Así que escuchas lo que pienso…

– Como si lo gritaras – responde el hombrecito.

– ¡Y no me llames hombrecito! – chilla el… – Luzbel, llámame Luzbel – se apresura a interrumpir mi pensamiento.

– ¿“Luzbel”? Me suena, me suena. ¿No es el ángel que se rebeló por soberbia en contra del Dios cristiano y de castigo lo mandaron al infierno? – digo de un jalón.

– Ése merengues. Pero no así fue. La historia, infeliz mortal, la escriben los vencedores, Dios en este caso. En realidad lo que ocurrió fue un problema de salarios y condiciones laborales. Un sindicato, por más angelical que fuese, no estaba en los planes divinos, así que el Dios optó por aplicar la cláusula de exclusión. Los escribas mercenarios se encargaron de envilecer nuestra justa lucha y así nos fue… – dice Luzbel acomodándose para sentarse al pie de un huapac.

Yo hasta entonces me doy cuenta de lo pequeño que es, pero nada digo. Supongo que mi silencio lo invitará a seguir hablando, y, en efecto, así ocurre porque Luzbel empieza a contar una historia de, como a un diablo corresponde, horror y crueldad mayúsculos. Su relato parece tragedia, comedia, o parte de guerra…

II

Luzbel quedó un rato en silencio… Además de las estrellas de arriba y las de abajo (los cocuyos pues), nadie más andaba la noche de afuera. Encendí de nuevo la pipa, más para aprovechar la luz del encendedor y mirar la figura del diablito, que por ganas de fumar. Nueve círculos de humo salieron de la cazuela de la pipa. Al desvanecerse el último, él habló.

La historia que me contó Luzbel puede herir la susceptibilidad de las buenas y cristianas conciencias, cosa poco recomendable, sobre todo en estos tiempos en que el alto clero puja por volver atrás el reloj de la historia. Pero como no estoy compitiendo por indulgencias, y he conocido ya el infierno que el Poder impone a los pobres, yo no tengo por qué preocuparme. En todo caso, cumplo con advertir a los lectores y con recordarles que sólo transcribo lo que Luzbel me contó, a saber:

“El Dios de los ricos y de los libros estaba muy satisfecho con el Tratado de Libre Comercio, el paso al primer mundo, la globalización económica y todas esas pamplinas que más que producto divino parecieran del infierno – por más que nosotros, los diablos, no seríamos capaces de tales horrores-.

Bueno, el caso es que el Dios había asignado, como le corresponde, un ángel de la guarda para cuidar a cada uno de los niños de la generación del Tratado de Libre Comercio. Los ángeles no son muchos, y el trabajo de ángel de la guarda de niños está muy mal pagado. Pero un tal Gabriel, líder charro y arcángel para más señas, forzó el escalafón para cumplir la cuota. Hubo protestas, pero pocas. Así que cada niño del TLC tenía su ángel de la guarda.

Pero resulta que a ustedes, los zapatistas, se les ocurre alzarse en armas aquel primero de enero de 1994 y alterar todo, hasta la memoria divina. Porque he aquí que el Dios no se acordaba de los niños indígenas. No es que no los tuviera en cuenta o pensara deshacerse de ellos, simplemente ignoraba que existieran.

El Dios de los libros y de los ricos es un patrón como todos, pero muy a la antigüita. Así que consideró que, mientras el neoliberalismo se encargaba de despachar a la otra vida a todos los niños zapatistas, él tendría que cumplir con sus funciones divinas y adjudicar, a cada zapatista niño, un ángel de la guarda.

Pero, como ya no había ángeles de la guarda disponibles, entonces rehabilitó diablitos. Para lograrlo, nos forzó a firmar un tratado comercial humillante y lesivo de la diabólica soberanía del infierno. El averno tenía problemas económicos y el tal San Pedro se había aprovechado de nuestros apuros para otorgarnos un crédito financiero que contenía, como es de imaginar, una cláusula diabólica.

Bueno, el caso es que el Dios podía disponer de la fuerza de trabajo infernal en condiciones leoninas, y sin que esto afectara las restricciones migratorias que los diablos tenemos si cruzamos la frontera celestial. Sin apenas darnos cuenta, de pronto éramos empleados de segunda, bajo las órdenes de aquel que nos había expulsado”. Luzbel hizo una pausa que más pareció sollozo. Después siguió…

“Así que, desde la extraterritorialidad de su poder financiero, el Dios nos puso a trabajar como “ángeles de la guarda” de los que había olvidado en su euforia primermundista, los niños zapatistas. Y ahora, en lugar de estar incitando al pecado a las buenas conciencias, de pervertir almas inocentes, de apadrinar líderes empresariales, de “inspirar” al gobernador panista de Querétaro, de asesorar al obispo Onésimo Cepeda, o de diseñar la campaña postelectoral del Fox, ahora estamos cuidando, en condiciones laborales miserables, a niños del sótano.

¡Resulta que somos “diablos de la guarda”!

¡Deveras!, por una paga miserable, el Dios (que, no hay que olvidarlo, es Dios de todo lo creado, incluso del infierno) nos obliga a guardar niños zapatistas. ¡Y pensar que todavía hay quien se presume de la bondad divina!…”

III

Luzbel calló por un momento y yo aproveché para garabatear algunas letras. Y es que, no se crean, yo también me sorprendí. Tanto que, inmediatamente, le escribí a don Eduardo Galeano unas líneas, para que cuente esto en alguno de sus libros:

“Fecha: inicios del tercer milenio.

Don Galeano:

En el México neoliberal de principios del siglo XXI, los niños zapatistas son tan pobres que no alcanzan ángel de la guarda. En su lugar llevan consigo un diablo, un diablito de la guarda.

En las noches de tormenta en las montañas del sureste mexicano, los niños rezan: “Diablito de la Guarda, dulce compañía, no me desampares, ni de noche ni de día”, y así les va…

Vale. Salud y nada de mate.

El Sup.”
(fin de la carta a Galeano).

 

Bueno, no desquiciaré a los jefes de redacción con más puntuaciones dialogales, así que les cuento de un jalón lo que le apenaba a este “diablo de la guarda”.

IV

Resulta que a Luzbel le tocó ser jefe de una escuadra de “diablos de la guarda”. No sé cuántas escuadras son necesarias para cuidar a todos los niños zapatistas (que son bastantes), pero a la de Luzbel le tocó un trabajo infernal, terrífico, diabólico. Debía de cuidar a: el Beto, el Heriberto, el Ismita, El Andulio, el Nabor, el Pedrito, la Toñita, la Eva, la Chelita, la Chagüa, la Mariya, la Regina, la Yeniperr, y finalmente, ¡horror de horrores!, al Olivio y al Marcelo.

Cuando le tocó ser “diablo de la guarda” del Beto, Luzbel se desesperó. Y no fue la agitada vida de este niño-soldado que desafía con su tiradora, lo mismo un vehículo blindado, tipo hummer y con lanzagranadas, que un helicóptero “black hawck” de la generación del TLC. Tampoco su cansado sube y baja de lomas y quebradas, buscando leña para el fogón de su casa. No, lo que desesperó a Luzbel (y lo hizo pedir su cambio de custodia) fueron las preguntas del Beto:

“¿Qué tan lejos queda la gran ciudad? ¿Es mayor que Ocosingo? ¿Cuánto mide el mar? ¿Para qué sirve tanta agua? ¿Cómo vive la gente que vive en el mar? ¿De qué tamaño es la tiradora que puede matar un helicóptero? Si el soldado tiene su casa y su familia en otro lado, ¿por qué viene a quitarnos nuestra casa y a perseguirnos hasta acá? Si el mar es tan grande como el cielo, ¿por qué no los volteamos para que se ahoguen los helicópteros y aviones del gobierno?”

Preguntas así fueron las que motivaron el cambio de trabajo de Luzbel. Pero no le fue mejor, porque entonces le asignaron cuidar al Heriberto…

– Fue terrible – confiesa Luzbel – Ese niño odia la escuela como secretario de educación pública, y a los maestros como líder sindical charro. Prefiere jugar y cazar dulces y chocolates. ¡Vieras cómo hay que correr detrás de él cuando escucha el celofán de un dulce!

Del Heriberto, Luzbel pasó a cuidar al Ismita.

Me cuenta Luzbel que un día el Ismita se puso bravo con la Marikerr (así se llama la niña, no me culpen) porque dijo que lo rompió un gajo de su nance (árbol frutal) del Ismita. ¿Pero cómo lo va a romper si está muy chiquita y el árbol está muy grande?, le preguntó Luzbel. “Se colgó y lo rompió el gajo” dijo el Ismita y miró con reprobación a la Marikerr, que estaba de colada en un asalto infantil a la tienda de “Aguascalientes”. El asalto fue organizado por Luzbel porque, dice él, “los niños deben prepararse para todo, incluso para ser gobernadores”. El Ismita debe andar por los 10 años, pero la desnutrición crónica le ha regalado la estatura de un niño de 4. Ismita compensa su carencia de altura física con grandeza moral. No sólo perdonó a la Marikerr por romperle el gajo a su nance, también le convidó del refresco y las galletas que obtuvo del asalto a la tienda. “Es que nadie la convida”, le dijo Ismita a Luzbel cuando éste le reclamó.

La generosidad no provoca la pasión del averno, así que Luzbel se fue a cuidar al Andulio.

Después de mucho caminar, Luzbel llegó a casa del Andulio, el de la sonrisa que brilla. Al Andulio lo conocimos nosotros en aquellos días terribles de la persecución de 1995. Mayo era un caliente aliento quemando días y noches, y el Andulio se amanecía trepado a un árbol, tratando de imitar a un guajolote con su canto. No muy se acercaba con nosotros, pero una tarde descubrimos que nos aceptaba cuando pidió una grabadora y, a ritmo de un corrido, se puso a bailar. La Mar le preguntó entonces, frente a un cartel, dónde estaba el Sup. El Andulio titubeó y, un segundo después, se volteó y me señaló. El Sup no podía estar en el cartel y en el quicio de la puerta al mismo tiempo, así que al señalarme de cuerpo presente, el Andulio reiteraba su materialismo filosófico. Olvidaba decir que Andulio nació sin manos, una malformación genética le dejó dos muñones al final de los brazos.

– Ese niño no tiene manos, pero sí una sonrisa demasiado angelical – dice Luzbel para justificar su nuevo cambio. Así llegó con el Nabor.

Con Nabor no le fue mejor. Con 3 años a cuestas, el Nabor tiene una libido que dejaría apenado a Casanova. Luzbel no hacía más que sonrojarse y de plano se fue a otra comunidad. Así llegó a Guadalupe Tepeyac en el exilio.

En esta comunidad tojolabal, desalojada de sus casas por el ejército federal mexicano, le tocó hacerla de “ángel de la guarda”, perdón, de “diablo de la guarda” del Pedrito. El Pedrito es un niño guadalupano nacido en el exilio. Cuando se inauguraba el Primer Encuentro Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo, su madre lo trajo a luz. Con 3 años a cuestas, el Pedrito es su amigo del Lino, otro niño guadalupano. Lino nació el 9 de febrero de 1995 y tenía apenas unas horas de vida cuando fue expulsado de su casa por los soldados.

Volviendo al Pedrito, resulta que no quiere ir a la escuela. Ya lo amenazaron con llevar su caso a la asamblea de la comunidad y ni así. Yo le advertí que si no iba lo iba a denunciar en un comunicado dirigido al pueblo de México y a los pueblos y gobiernos del mundo. El Pedrito sólo me quedó mirando, encogió los hombros y dijo “mándelo usted, al fin que yo no sé leer”. La Mar lo defiende diciendo que apenas tiene 3 años y el Pedrito la queda viendo y suspira enamorado. Pero ésa es otra historia, ahora estamos con Luzbel cuidando al Pedrito.

Resulta que al Pedrito se le ocurrió jugar a los caballos. Suponen bien si es que suponen que a Luzbel le tocó ser el caballo. Y suponen bien si suponen que Luzbel renunció.

– Es que ese niño aprieta mucho la cincha-, dijo para justificarse.

V

Después del Pedrito, Luzbel decidió cambiar a un género más apacible y se dedicó a cuidar a una niña zapatista: la Toñita.

A Luzbel no le preocupó la tendencia de la Toñita a despreciar el amor que “mucho pica” (para mi escándalo, calificó su tendencia como “saludable”). Ni eso, ni el haber sido habilitado como muñeca por una Toñita emperrada en cortarle las alas.

– No hubieras sido el único al que se las hubiera cortado – dije con rencor.

El “diablo de la guarda” aguantó todo eso, pero no pudo soportar ese continuo romper y pegar la tacita de té que es la vida de las niñas zapatistas…

Así que el “diablo de la guarda” de la Toñita, renunció y pasó a cuidar a la Eva. Poco duró. A la décimoquinceava vez de ver “Escuela de Vagabundos”, con Pedro Infante y Miroslava, se quedó dormido y la Eva aprovechó para bordarle unas florecitas y un “Viva el EZLN” en las alas. La vergüenza hizo que Luzbel emigrara.

Después de la Eva, siguió la Chelita. Una niña morena de 6 ó 7 años y unos ojos negros como estrellas. A Luzbel le pasó lo que a todos, cuando la Chelita lo vio lo dejó helado (temperatura poco adecuada para un diablo), lo hizo volar por los cielos (rumbo nada recomendable puesto que expulsión y etcétera) y le arrancó un “¡Ave María Purísima!” que fue, eso sí, demasiado. Como si le arrancaran el alma, perdón, como si le arrancaran las alas, sintió Luzbel cuando lo quitaron de cuidar a la Chelita y lo mandaron con la Chagüa.

La Chagüa, como su nombre lo indica, no se llama “Chagüa” sino Rosaura, pero nadie la llama como se llama. Debe tener unos 8 años. En una pequeña banda de niños belicosos, quien liderea no es un niño sino una niña, la Chagüa. Ella es la primera y más veloz en subir árboles para coger cigarras, ella es la más feroz y certera en los combates con piedras y lodo, ella es la primera en lanzarse a la pelea y, hasta ahora, nadie la ha escuchado pedir cuartel. Sin embargo, cuando se acerca a nosotros, algo raro sucede: la Chagüa es una niña tierna y dulce que abraza a la Mar y le pide que le cuente un cuento o la peine o nada más la abraza y se queda callada, suspirando de cuando en cuando.

Luzbel no renunció por el desconcierto que la “tierna furia” de Chagüa le provocaba, sino porque en un zafarrancho le tocó una pedrada, y el chichón que procreó le dejó un tercer cuerno que en nada le favorecía. Así que Luzbel se fue a cuidar a otra niña, la Mariya.

La Mariya debe tener unos 7 años y en su pueblo es la que tiene mejor puntería con la tiradora. Esto lo descubrimos, nosotros y el pueblo, en uno de nuestros pasos por esas tierras.

Después de caminar varias horas, la Mar y yo nos derrumbamos en el dintel de una champa. No recuperábamos aún el resuello, cuando se dejaron venir el Húber, el Saúl, el Pichito, y un número indeterminado de niños de nombres igualmente indeterminados. Todos traían su tiradora y pedían una competencia para ver quien tenía mejor puntería. La Mariya estaba ya sentada a un lado de la Mar y no decía nada. Sin levantarme, organicé los turnos e indiqué poner una lata a 10 pasos de distancia. Pasaron todos y cada uno de ellos y la lata seguía en su sitio.

Cuando pregunté si ya habían pasado todos, la Mar dijo “Falta la Mariya”.

Ante el escándalo de todos, la Mariya se incorporó y prestó una tiradora.

Un murmullo de desaprobación cimbró al grupo de varones (entre los que yo no estaba, no porque me las diera de feminista, sino porque no tenía fuerzas para levantarme y secundar a mi género).

La Mariya dedicó una rápida mirada de desprecio a los niños y eso bastó para que quedaran callados. Reinaba un silencio que poco tenía de burla y mucho de expectativa…

La Mariya tensó la tiradora, cerró un ojo, tal y como mandan los manuales de tiradora, disparó y la lata saltó con un estrépito metálico.

La Mariya y la Mar prorrumpieron en un grito de júbilo: “¡Ganamos las mujeres!”.

Los niños nos quedamos estupefactos, contritos y bocabajeados. “No se preocupen”, les dije para consolarlos, “la próxima vez hacemos la competencia sin que esté la Mariya”. Creo que no convencí a nadie.

Luzbel está educado a la “antigüita”, es decir: las tiradoras no son para las mujeres. Así que tuvo una, digamos, “crisis de conciencia machista” que llegó a reventar cuando la Mariya lo derrotó en el rudo y (ex) varonil deporte de tirarle a las latas con la resortera. Así fue como Luzbel se fue para otro lado.

En otras comunidades, Luzbel cuidó a Regina, una niña de unos 9 ó 10 años que se comporta como si tuviera 30. Madura y responsable, Regina es hermana y madre de sus hermanitos, guardaespaldas de los insurgentes, la mejor torteadora del barrio y un sol cuando se sonríe. A pesar de su experiencia en quemaduras infernales, Luzbel renunció cuando no pudo soportar el quemarse los dedos al voltear las tortillas en el comal.

– No eran las quemaduras -, me aclara Luzbel, -sino que había que levantarse a las 4 de la madrugada a hacer el fuego, moler maíz y tortear. Y eso sólo era empezar el día…

Desvelado y con los dedos quemados, Luzbel se fue a cuidar a la Yeniperr.

La Yeniperr es un excelente ejemplo de cómo el pájaro vence a la máquina. Cuando los helicópteros sobrevuelan su comunidad, la Yeniperr los corretea con preguntas. Ante proyectiles tan fieros, los aparatos bélicos se retiran, y la Yeniperr sigue revoloteando entre tortolitas y colibríes. Cuando vuela la Yeniperr seguido se extravía, y nada tendría que temer, a no ser que cerca anden los temibles Capirucho y Capirote.

Con la Yeniperr, Luzbel apenas duró unos cuantos días. Según me cuenta, no fue el miedo a los helicópteros y aviones gubernamentales lo que le hizo pedir el cambio de trabajo.

– Es que nunca se me ha dado eso de volar. Por algo soy un ángel caído…- dice Luzbel mientras se soba las posaderas.

Jamás lo hubiera hecho, porque he aquí que a Luzbel lo asignaron, debido a la falta de personal, para cuidar a dos niños: el Olivio y el Marcelo, es decir, Capirucho y Capirote.

VI

El Olivio, o el autodenominado “sargento Capirucho”, me ha confesado que, cuando él sea grande, va a ser “Sup”. “¿Y vos Sup qué vas a ser?”, me preguntó sabiendo que el cumplimiento de su aspiración me dejará sin empleo. “¿Yo?”, dije para darme tiempo, “yo voy a ser un caballo, un niño caballo, y me voy a ir hasta allá, bien lejos…” y señalé un punto indefinido en el horizonte. “Vos puedes ser sargento”, me consoló el Olivio mientras descubría una tortolita que revoloteaba ignorando las aspiraciones jerárquicas del hoy Capirucho y la temible tiradora que colgaba de su cuello.

“Cabo Capirote”, responde el Marcelo cuando le preguntan cómo se llama. Sin pena alguna, y tal vez haciendo uso del fuero militar de su “grado”, se mete donde quiere y empieza a buscar dulces, chocolates, a contar historias increíbles, o se pone a espiar a las mujeres cuando se bañan.

El Olivio y el Marcelo, Capirucho y Capirote. Estos dos niños juegan a desconcertarse mutuamente cuando se ponen a decir poesías. Cuatro poemas forman su repertorio y siempre se las ingenian para mezclar unas con otras. ¿El resultado? No importa, si al final obtienen una paleta de dulce o un chocolate, si pueden dibujar “caniquitas” o salir a cazar, siempre infructuosamente, pájaros zanates. Piensan Capirucho y Capirote que no hay mejor remedio para el desamor que un buen zanate para comer juntos.

Estos dos enanos, perdón, niños, tienen la batería sobrecargada. Tienen unos 7 años y cada día amplían su radio de acción. Por entre espinas y acahuales persiguen al “erello” (una especie de salamandra de hasta un metro de largo), pero no se le acercan mucho. A Luzbel lo han traído de un lado a otro, tiene las alas llenas de espinas y raspones, le llenaron las bolsas de guijarros (para la tiradora) y lo “tarantan” con su bla-bla constante. Las noches no le alcanzan a Luzbel para recuperarse, y temprano tiene que ir detrás de ellos a pescar caracol, cangrejo y “camarona”, ir al cafetal, ser picados por hormigas, abejas o por cualquier animal “salvaje” de la comunidad, patear una pelota desinflada, comer todo lo que encuentran a su mano y altura, y escucharlos contar hazañas que nunca ocurrieron. Pero lo que más le deprime a Luzbel es que lo ponen de tiro al blanco para practicar con la tiradora.

Luzbel está ya viejo, su edad se remonta al inicio del tiempo. Digo esto no para que le tengan lástima, sino para que lo comprendan. Yo conozco al Capirucho y al Capirote, y estoy seguro que la labor de cuidarlos dejaría agotado al mismo Dios (que, dicho sea de paso, tampoco es joven).

Por eso no me sorprendió Luzbel cuando me dijo que renunciaba definitivamente a cuidar niños y niñas zapatistas.

– Mejor me voy a Kosovo o a Ruanda o a cualquier otro lugar donde la ONU cumpla su misión de promover guerras- dice Luzbel mientras se incorpora- De seguro que ahí hay más tranquilidad.

Y, ya por alejarse, agregó:

– O a la diócesis de Ecatepec o a la cúpula empresarial mexicana, que viene a ser lo mismo. Ahí hay corrupción, mentiras, ultrajes, robos y todas esas maldades más propias de los diablos ortodoxos como yo.

Entiendo la desesperación y el desconsuelo de Luzbel. Estoy seguro que hubiera preferido no tratar de organizar ningún sindicato angelical si hubiera sabido que, a la vuelta del tiempo, iba a tener que andar tras de estos niños.

A la luz de un cocuyo, agregué una posdata a la carta para Eduardo Galeano:

“P.D. QUE APORTA MÁS DATOS.– Don Eduardo: En las montañas indígenas de México, Dios no vive. Y el diablo, ni aunque le paguen…”

Ya casi amanecía, así que me despedí de Luzbel y regresé con la Mar.

VII

La mayoría de los niños y niñas zapatistas de Guadalupe Tepeyac en el exilio, nacieron y crecieron lejos de su hogar. En el gobierno mexicano hay ahora otro partido político y estos niños siguen siendo rehenes (ahora de quienes se autodenominan “promotores del cambio”) para imponernos la rendición. ¿Qué ha cambiado para estos niños? La historia de su poblado original les parece como de cuento, tan lejos está en tiempo y espacio que les parece un viaje muy largo volver a él. Complicados y mezquinos cálculos políticos y una soberbia estúpida son los que los expulsaron de su pueblo y los que se niegan a devolverles lo que les pertenece.

No sólo en este pueblo errante, en todas las comunidades zapatistas los niños y niñas crecen y se van haciendo jóvenes y adultos en medio de una guerra. Pero, contra lo que se pueda pensar, las enseñanzas que reciben de sus pueblos no son de odio y venganza, mucho menos de desesperanza y tristeza. No, en las montañas del sureste mexicano los niños crecen aprendiendo que “esperanza” es una palabra que se pronuncia en colectivo, y aprenden a vivir la dignidad y el respeto al diferente. Tal vez una de las diferencias de estos niños con los de otras partes, es que éstos aprenden desde pequeños a ver el mañana.

Más y más niños y niñas seguirán naciendo en las montañas del sureste mexicano. Serán zapatistas y, como tales, no alcanzarán a tener un ángel de la guarda. Nosotros, “pobres diablos”, habremos de cuidarlos hasta que se hagan grandes. Grandes como nosotros, los zapatistas, los más pequeños…


Desde las montañas del Sureste Mexicano.

Subcomandante Insurgente Marcos.
México, Febrero del 2001.

 

Por mi voz habla la voz del Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
La palabra que trae ésta nuestra voz es un clamor.
Pero nuestra palabra es de respeto para esta tribuna y para todas y todos los que nos escuchan.
No recibirán de nosotros ni insultos ni groserías.
No haremos lo mismo que aquel que el día primero de diciembre del año 2000 rompió el respeto a este recinto legislativo.
La palabra que traemos es verdadera.
No venimos a humillar a nadie.
No venimos a vencer a nadie.
No venimos a suplantar a nadie.
No venimos a legislar.
Venimos a que nos escuchen y a escucharlos.
Venimos a dialogar
…/…

Discurso de la Comandanta Esther en la tribuna del Congreso de la Unión

28 de marzo de 2001

 

Honorable Congreso de la Unión:
Legisladoras y legisladores de la Junta de Coordinación Política de la Cámara de Diputados:
Legisladores y legisladoras de las Comisiones Unidas de Puntos Constitucionales y de Asuntos Indígenas de la Cámara de Diputados:
Legisladores y legisladoras de las Comisiones de Puntos Constitucionales, de Asuntos Indígenas y de Estudios Legislativos de la Cámara de Senadores:
Legisladores y legisladoras de la Comisión de Concordia y Pacificación:

Diputados y diputadas:
Senadores y senadoras:

Hermanos y hermanas del Congreso Nacional Indígena:
Hermanos y hermanas de los todos los pueblos indios de México:
Hermanos y hermanas de otros países:

Pueblo de México:

 

Por mi voz habla la voz del Ejército Zapatista de Liberación Nacional.

La palabra que trae ésta nuestra voz es un clamor.

Pero nuestra palabra es de respeto para esta tribuna y para todas y todos los que nos escuchan.

No recibirán de nosotros ni insultos ni groserías.

No haremos lo mismo que aquel que el día primero de diciembre del año 2000 rompió el respeto a este recinto legislativo.

La palabra que traemos es verdadera.

No venimos a humillar a nadie.

No venimos a vencer a nadie.

No venimos a suplantar a nadie.

No venimos a legislar.

Venimos a que nos escuchen y a escucharlos.

Venimos a dialogar.

Sabemos que nuestra presencia en esta tribuna provocó agrias discusiones y enfrentamientos.

Hubo quienes apostaron a que usaríamos esta oportunidad para insultar o cobrar cuentas pendientes y que todo era parte de una estrategia para ganar popularidad pública.

Quienes así pensaron no están presentes.

Pero hubo quienes apostaron y confiaron en nuestra palabra. Esos nos abrieron esta puerta de diálogo y son los que están presentes.

Nosotros somos zapatistas.

No traicionaremos la confianza y fe que muchos en este parlamento y en el pueblo de México pusieron en nuestra palabra.

Quienes apostaron a prestar oído atento a nuestra palabra respetuosa, ganaron.

Quienes apostaron a cerrar las puertas al diálogo porque temían una confrontación, perdieron.

Porque los zapatistas traemos palabra de verdad y respeto.

Algunos habrán pensado que esta tribuna sería ocupada por el Sup Marcos y que sería él quien daría el mensaje central de los zapatistas.

Ya ven que no es así.

El Subcomandante Insurgente Marcos es eso, un subcomandante.

Nosotros somos los Comandantes, los que mandamos en común, los que mandamos obedeciendo a nuestros pueblos.

Al Sup y a quien comparte con él esperanzas y anhelos les dimos la misión de traernos a esta tribuna.

Ellos, nuestros guerreros y guerreras, han cumplido gracias al apoyo de la movilización popular en México y en el mundo.

Ahora es nuestra hora.

El respeto que ofrecemos al Congreso de la Unión es de fondo pero también de forma.

No está en esta tribuna el jefe militar de un ejército rebelde.

Está quien representa a la parte civil del EZLN, la dirección política y organizativa de un movimiento legítimo, honesto y consecuente, y, además, legal por gracia de la Ley para el Diálogo, la Conciliación y la Paz Digna en Chiapas.

Así demostramos que no tenemos ningún interés en provocar resentimientos ni resquemores en nadie.

Así que aquí estoy yo, una mujer indígena.

Nadie tendrá por qué sentirse agredido, humillado o rebajado porque yo ocupe hoy esta tribuna y hable.

Quienes no están ahora ya saben que se negaron a escuchar lo que una mujer indígena venía a decirles y se negaron a hablar para que yo los escuchara.

Mi nombre es Esther, pero eso no importa ahora.

Soy zapatista, pero eso tampoco importa en este momento.

Soy indígena y soy mujer, y eso es lo único que importa ahora.

Esta tribuna es un símbolo.

Por eso convocó tanta polémica.

Por eso queríamos hablar en ella y por eso algunos no querían que aquí estuviéramos.

Y es un símbolo también que sea yo, una mujer pobre, indígena y zapatista, quien tome primero la palabra y sea el mío el mensaje central de nuestra palabra como zapatistas.

Hace unos días, en este recinto legislativo, se dio una discusión muy fuerte y, en una votación muy cerrada, ganó la posición mayoritaria.

Quienes pensaron diferente y obraron en consecuencia no fueron a dar a la cárcel, ni se les persigue, ni mucho menos fueron muertos.

Aquí, en este Congreso, hay diferencias marcadas, algunas de ellas hasta contradictorias, y hay respeto a esas diferencias.

Pero, aún con estas diferencias, el Congreso no se parte, no se balcaniza, no se fragmenta en muchos congresitos, sino que, precisamente por esas diferencias y por el respeto entre ellas, se construye sus normas.

Y, sin perder lo que hace distinto a cada quien, se mantiene la unidad y, con ella, la posibilidad de avanzar de común acuerdo.

Ése es el país que queremos los zapatistas.

Un país donde se reconozca la diferencia y se respete.

Donde el ser y pensar diferente no sea motivo para ir a la cárcel, para ser perseguido o para morir.

Aquí, en este Palacio Legislativo, hay 7 lugares vacíos que corresponden a 7 indígenas que no pueden estar presentes.

Y no pueden estar aquí con nosotros porque la diferencia que nos hace indígenas a los indígenas, no es reconocida ni respetada.

De los sietes ausentes, el uno murió en los primeros días de enero de 1994, dos más están presos por oponerse a la tala de árboles, otros dos están en la cárcel por defender la pesca como medio de vida y oponerse a los pescadores piratas, y los dos restantes tienen orden de aprehensión por la misma causa.

Como indígenas los siete pelearon por sus derechos y como indígenas encontraron la respuesta de la muerte, la cárcel y la persecución.

En este Congreso hay varias fuerzas políticas y cada una de ellas se agrupa y trabaja con plena autonomía.

Sus modos de tomar acuerdos y las reglas de su convivencia interna pueden ser vistos con aprobación o reprobación, pero son respetados y a nadie se persigue por ser de una u otra fracción parlamentaria, por ser de derecha, de centro o de izquierda.

En el momento en que es preciso, todos se ponen de acuerdo y se unen para conseguir algo que consideran que es bueno para el país.

Si no se ponen de acuerdo todos, entonces la mayoría toma el acuerdo y la minoría acepta y trabaja según el acuerdo de la mayoría.

Los legisladores son de un partido político, de una cierta orientación ideológica, y son al mismo tiempo legisladores de todos los mexicanos y mexicanas, sin importar a qué partido político pertenezca alguien o qué idea tenga.

Así es el México que queremos los zapatistas.

Uno donde los indígenas seamos indígenas y mexicanos, uno donde el respeto a la diferencia se balancee con el respeto a lo que nos hace iguales.

Uno donde la diferencia no sea motivo de muerte, cárcel, persecución, burla, humillación, racismo.

Uno donde siempre se tenga presente que, formada por diferencias, la nuestra es una nación soberana e independiente.

Y no una colonia donde abunden los saqueos, las arbitrariedades y las vergüenzas.

Uno donde, en los momentos definitorios de nuestra historia, todas y todos pongamos por encima de nuestras diferencias lo que tenemos en común, es decir, el ser mexicanos.

El actual es uno de esos momentos históricos.

En este Congreso no mandan ni el ejecutivo federal ni los zapatistas.

Tampoco manda en él ningún partido político.

El Congreso de la Unión está formado por diferentes, pero todos tienen en común el ser legisladores y la preocupación por el bienestar nacional.

Esa diferencia y esa igualdad enfrentan ahora un tiempo que les da la oportunidad de ver muy adelante y en la hora actual vislumbrar la hora venidera.

Llegó la hora de nosotras y nosotros, los indígenas mexicanos.

Estamos pidiendo que se nos reconozcan nuestras diferencias y nuestro ser mexicanos.

Afortunadamente para los pueblos indios y para el país, un grupo de legisladores como ustedes, elaboró una iniciativa de reformas constitucionales que cuida tanto el reconocimiento de los indígenas, como el mantener y reforzar, con ese reconocimiento, la soberanía nacional.

Ésa es la “Iniciativa de Ley de la Cocopa”, llamada así porque fueron los miembros de la Comisión de Concordia y Pacificación del Congreso de la Unión, diputados y senadores, los que la hicieron.

No ignoramos que esta iniciativa de Ley Cocopa ha recibido algunas críticas.

Durante 4 años se dio un debate que ninguna iniciativa de ley ha tenido a lo largo de la historia de la legislatura federal en México.

Y en este debate, todas las críticas fueron puntualmente refutadas por la teoría y la práctica.

Se acusa a esta propuesta de balcanizar el país, y se olvida que el país ya está dividido.

Un México que produce las riquezas, otro que se apropia de ellas, y otro que es el que debe tender la mano para recibir la limosna.

En este país fragmentado vivimos los indígenas condenados a la vergüenza de ser el color que somos, la lengua que hablamos, el vestido que nos cubre, la música y la danza que hablan nuestras tristezas y alegrías, nuestra historia.

Se acusa a esta propuesta de crear reservaciones indias, y se olvida que de por sí los indígenas estamos viviendo apartados, separados de los demás mexicanos y, además en peligro de extinción.

Se acusa a esta propuesta de promover un sistema legal atrasado, y se olvida que el actual sólo promueve la confrontación, castiga al pobre y le da impunidad al rico, condena nuestro color y convierte en delito nuestra lengua.

Se acusa a esta propuesta de crear excepciones en el quehacer político, y se olvida que en el actual el que gobierna no gobierna, sino que convierte su puesto público en fuente de riqueza propia y se sabe impune e intocable mientras no acabe su tiempo en el cargo.

De todo esto y de más cosas hablarán más detalladamente los hermanos y hermanas indígenas que me seguirán en el uso de la palabra.

Yo quiero hablar un poco de eso que critican a la ley cocopa porque legaliza la discriminación y la marginación de la mujer indígena.

Señores y señoras diputados y diputadas.
Senadores y senadoras.

Quiero explicarles la situación de la mujer indígena que vivimos en nuestras comunidades, hoy que según esto está garantizado en la constitución el respeto a la mujer.

La situación es muy dura.

Desde hace muchos años hemos venido sufriendo el dolor, el olvido, el desprecio, la marginación y la opresión.

Sufrimos el olvido porque nadie se acuerda de nosotras.

Nos mandaron a vivir hasta en el rincón de las montañas del país para que ya no lleguen nadie a visitarnos o a ver como vivimos.

Mientras no contamos con los servicios de agua potable, luz eléctrica, escuela, vivienda digna, carreteras, clínicas, menos hospitales, mientras muchas de nuestras hermanas, mujeres, niños y ancianos mueren de enfermedades curables, desnutrición y de parto, porque no hay clínicas ni hospitales. Donde se atiendan.

Solo en la ciudad, donde viven los ricos sí tienen hospitales con buena atención y tienen todos los servicios.

Para nosotras aunque haya en la ciudad no nos beneficia para nada, porque no tenemos dinero, no hay manera como trasladar, si lo hay ya no llegamos a la ciudad, en el camino regresamos ya muerto.

Principalmente las mujeres, son ellas las que sienten el dolor del parto, ellas ven morir sus hijos en sus brazos por desnutrición, por falta de atención, también ven sus hijos descalzos, sin ropa porque no alcanza el dinero para comprarle porque son ellas que cuidan sus hogares, ven qué le hace falta para su alimentación.

También cargan su agua de 2 a 3 horas de camino con cántaro y cargando su hijo y lo hace todo lo que hace dentro de la cocina.

Desde muy pequeña empezamos a trabajar cosas sencillas.

Ya grande sale a trabajar en el campo, a sembrar, limpiar y cargar su niño.

Mientras los hombres se van a trabajar en las fincas cafetaleras y cañeras para conseguir un poco de dinero para poder sobrevivir con su familia, a veces ya no regresan porque se mueren de enfermedad.

No da tiempo para regresar en su casa o si regresan, regresan enfermos, sin dinero, a veces ya muerto.

Así queda con más dolor la mujer porque queda sola cuidando sus hijos.

También sufrimos el desprecio y la marginación desde que nacimos por que no nos cuidan bien.

Como somos niñas piensan que nosotros no valemos, no sabemos pensar, ni trabajar, como vivir nuestra vida.

Por eso muchas de las mujeres somos analfabetas porque no tuvimos la oportunidad de ir a la escuela.

Ya cuando estamos un poco grande nuestros padres nos obligan a casar a la fuerza, no importa si no queremos, no nos toman consentimiento.

Abusan de nuestra decisión, nosotras como mujer nos golpea, nos maltrata por nuestros propios esposos o familiares, no podemos decir nada porque nos dicen que no tenemos derecho de defendernos.

A nosotras las mujeres indígenas, nos burlan los ladinos y los ricos por nuestra forma de vestir, de hablar, nuestra lengua, nuestra forma de rezar y de curar y por nuestro color, que somos el color de la tierra que trabajamos.

Siempre en la tierra porque en ella vivimos, también no nos permite nuestra participación en otros trabajos.

Nos dicen que somos cochinas, que no nos bañamos por ser indígena.

Nosotras las mujeres indígenas no tenemos las mismas oportunidades que los hombres, los que tienen todo el derecho de decidir de todo.

Solo ellos tienen el derecho a la tierra y la mujer no tiene derecho como que no podemos trabajar también la tierra y como que no somos seres humanos, sufrimos la desigualdad.

Toda esta situación los malos gobiernos los enseñaron.

Las mujeres indígenas no tenemos buena alimentación, no tenemos vivienda digna, no tenemos ni un servicio de salud, ni estudios.

No tenemos proyecto para trabajar, así sobrevivimos la miseria, esta pobreza es por el abandono del gobierno que nunca nos ha hecho caso como indígena y no nos han tomado en cuenta, nos ha tratado como cualquier cosa.

Dice que nos manda apoyo como progresa pero ellos lo hacen con intención para destruirnos y dividirnos.

Así es de por sí la vida y la muerte de nosotras las mujeres indígenas.

Y nos dicen que la Ley Cocopa va a hacer que nos marginen.

Es la ley de ahora la que permite que nos marginen y que nos humillen.

Por eso nosotras nos decidimos a organizar para luchar como mujer zapatista.

Para cambiar la situación porque ya estamos cansadas de tanto sufrimiento sin tener nuestros derechos.

No les cuento todo esto para que nos tengan lástima o nos vengan a salvar de esos abusos.

Nosotras hemos luchado por cambiar eso y lo seguiremos haciendo.

Pero necesitamos que se reconozca nuestra lucha en las leyes porque hasta ahora no está reconocida.

Sí está pero sólo como mujeres y ni siquiera ahí está cabal.

Nosotras además de mujeres somos indígenas y así no estamos reconocidas.

Nosotras sabemos cuales son buenos y cuales son malos los usos y costumbres.

Malas son de pagar y golpear a la mujer, de venta y compra, de casar a la fuerza sin que ella quiere, de que no puede participar en asamblea, de que no puede salir en su casa.

Por eso queremos que se apruebe la Ley de Derechos y Cultura Indígena, es muy importante para nosotros las mujeres indígenas de todo México.

Va a servir para que seamos reconocidas y respetadas como mujer e indígena que somos.

Eso quiere decir que queremos que sea reconocida nuestra forma de vestir, de hablar, de gobernar, de organizar, de rezar, de curar, nuestra forma de trabajar en colectivos, de respetar la tierra y de entender la vida, que es la naturaleza que somos parte de ella.

En esta ley están incluidos nuestros derechos como mujer que ya nadie puede impedir nuestra participación, nuestra dignidad e integridad de cualquier trabajo, igual que los hombres.

Por eso queremos decirle para todos los diputados y senadores para que cumplan con su deber, sean verdaderos representantes del pueblo.

Ustedes dijeron que iban a servir al pueblo que van a hacer leyes para el pueblo.

Cumplan sus palabra, lo que se comprometieron al pueblo.

Es el momento de aprobar la iniciativa de Ley de la Cocopa.

Los que votaron a favor de ustedes y los que no pero que también son pueblos siguen sediento de paz, de justicia, de hambre.

Ya no permitan que nadie ponga en vergüenza nuestra dignidad.

Se los pedimos como mujeres, como pobres, como indígenas y como zapatistas.

Señoras y señores legisladoras y legisladores:

Ustedes han sido sensibles a un clamor que no es sólo de los zapatistas, ni sólo de los pueblos indios, sino de todo el pueblo de México.

No sólo de los que son pobres como nosotros, también de gente que vive con acomodo.

Su sensibilidad como legisladores permitió que una luz alumbrara la oscura noche en que los indígenas nacemos, crecemos, vivimos y morimos.

Esa luz es el diálogo.

Estamos seguros de que ustedes no confunden la justicia con la limosna.

Y que han sabido reconocer en nuestra diferencia la igualdad que como seres humanos y como mexicanos compartimos con ustedes y con todo el pueblo de México.

Saludamos que nos escuchen y por eso queremos aprovechar su oído atento para decir algo importante:

El anuncio de la desocupación militar de Guadalupe Tepeyac, la Garrucha y Río Euseba, y las medidas que se están tomando para cumplir con esto, no pueden pasar desapercibidas para el EZLN.

El señor Vicente Fox está respondiendo ya a una de las preguntas que nuestros pueblos le hacían a través de nosotros:

Él es el Comandante Supremo del Ejército Federal y éste responde a sus órdenes, sea para bien o sea para mal.

En este caso, sus órdenes han sido señal de paz y por eso nosotros, los comandantes y las comandantas del EZLN, también daremos órdenes de paz a nuestras fuerzas:

Primero.- Ordenamos al compañero Subcomandante Insurgente Marcos que, como mando militar que es de las fuerzas regulares e irregulares del EZLN, disponga lo necesario para que no se realice ningún avance militar de nuestras fuerzas sobre las posiciones que ha desocupado el ejército federal, y que ordene que nuestras fuerzas se mantengan en sus posiciones actuales de montaña.

A una señal de paz no responderemos con una señal de guerra.

Las armas zapatistas no suplirán a las armas gubernamentales.

La población civil que habita en los lugares desocupados por el ejército federal tiene nuestra palabra de que nuestra fuerza militar no será empleada para dirimir conflictos o desacuerdos.

Invitamos a la sociedad civil nacional e internacional para que instale en esos lugares campamentos de paz y puestos de observación civil y certifique así que no habrá presencia armada de los zapatistas.

Segundo.- Le estamos dando instrucciones al arquitecto Fernando Yáñez Muñoz para que, a la brevedad posible, se ponga en contacto con la Comisión de Concordia y Pacificación y con el Comisionado Gubernamental de Paz, señor Luis Héctor Álvarez, y les proponga que, juntos, viajen al suroriental estado de Chiapas y certifiquen personalmente que las siete posiciones están libres de toda presencia militar y que se ha cumplido así una de las tres señales demandadas por el EZLN para el reinicio del diálogo.

Tercero.- Asimismo estamos instruyendo al arquitecto Fernando Yáñez Muñoz para que se acredite ante el gobierno federal que encabeza Vicente Fox, en calidad de correo oficial del EZLN con el Comisionado Gubernamental de Paz, y trabaje coordinadamente para conseguir lo más pronto posible el cumplimiento de las dos señales restantes y se pueda así reiniciar formalmente el diálogo: la liberación de todos los zapatistas presos y el reconocimiento constitucional de los derechos y la cultura indígenas de acuerdo a la Iniciativa de Ley de la Cocopa.

El ejecutivo federal tiene ya, a partir de ahora, un medio seguro, confiable y discreto para avanzar en las condiciones que permitan un diálogo directo del Comisionado de Paz con el EZLN. Esperamos que haga buen uso de él.

Cuarto.- Solicitamos respetuosamente al Congreso de la Unión que, en la medida en que es aquí donde la puerta del diálogo y la paz se ha abierto, facilite un lugar dentro de su espacio para que se dé, si así lo acepta el Comisionado Gubernamental de Paz, este primer encuentro entre el gobierno federal y el enlace del EZLN.

En caso de negativa del Congreso de la Unión, misma que sabremos entender, se instruye al arquitecto Yáñez para que dicho encuentro se realice donde se considere pertinente, siempre y cuando sea un lugar neutral, y que se informe a la opinión pública de lo que ahí se acuerde.

Señoras y señores legisladoras y legisladores:

De esta forma dejamos clara nuestra disposición al diálogo, a la construcción de acuerdos y al logro de la paz.

Si ahora se puede ver con optimismo el camino de la paz en Chiapas es gracias a la movilización de mucha gente en México y en el mundo.

A ella le agradecemos especialmente.

También ha sido posible por un grupo de legisladores y legisladoras, que ahora están frente mío, que han sabido abrir el espacio, el oído y el corazón a una palabra que es legítima y justa.

A una palabra que tiene de su lado a la razón, la historia, la verdad y la justicia y que, sin embargo, no tiene aún de su lado a la ley.

Cuando se reconozcan constitucionalmente los derechos y la cultura indígenas de acuerdo a la Iniciativa de Ley de la Cocopa, la ley empezará a unir su hora a la hora de los pueblos indios.

Los legisladores que hoy nos abren puerta y corazón tendrán entonces la satisfacción del deber cumplido.

Y eso no se mide en cantidad de dinero, pero sí en dignidad.

Entonces, ese día, los millones de mexicanos y mexicanas y de otros países sabrán que todos los sufrimientos que han tenido en estos días y en los que vienen no fueron en vano.

Y si hoy somos indígenas, después seremos todos los otros y otras que son muertos, perseguidos y encarcelados por razón de su diferencia.

Señoras y señores legisladoras y legisladores:

Soy una mujer indígena y zapatista.

Por mi voz hablaron no sólo los cientos de miles de zapatistas del sureste mexicano.

También hablaron millones de indígenas de todo el país y la mayoría del pueblo mexicano.

Mi voz no faltó al respeto a nadie, pero tampoco vino a pedir limosnas.

Mi voz vino a pedir justicia, libertad y democracia para los pueblos indios.

Mi voz demandó y demanda reconocimiento constitucional de nuestros derechos y nuestra cultura.

Y voy a terminar mi palabra con un grito con el que todas y todos ustedes, los que están y los que no están, van a estar de acuerdo:

¡Con los Pueblos Indios!

¡Viva México!

¡Viva México!

¡Viva México!

¡Democracia!

¡Libertad!

¡Justicia!

Desde el Palacio Legislativo de San Lázaro, Congreso de la Unión.
Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia General del Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
México, marzo 28 del 2001.

Muchas gracias.